PATRIOTA SIN PATRIA
Fue ahí, en la Cinemateca Brasileira, donde volví a encontrarme, emocionado, con el recuerdo de mi querido y viejo amigo Lorenzo Serrano, productor y director de cine, nacido en Madrid, criado en Lanzarote, hecho hombre en Las Palmas de Gran Canaria y en el mundo mundial.
Ya. Ya sé que en Canarias nadie sabe quién era Lorenzo Serrano, ni recuerda a Lorenzo Serrano, Serranito para los compañeros del más cruel de los exilios. Pero lo recuerdan con orgullo, por ejemplo, en un próspero y bello lugar llamado Lucélia, de unos treinta mil habitantes descendientes de eslavos, en el oeste cafetero paulista, donde, durante ocho meses inolvidables de 1957, rodó una película, Homem sem paz, cuyas copias en vídeo se siguen vendiendo allí mismo, en Lucélia, como reliquias que son.
Ya. Ya sé que en Canarias pocos saben que Lorenzo Serrano fue coproductor, con el director Trigueirinho Neto, de aquel otro filme, importantísimo, Bahia de todos os santos, precursor del que después se llamaría Cinema Novo. Pero lo saben los que saben, está escrito en la historia del Séptimo Arte, y aparece documentado en los papeles que el Santander tuvo a bien cederle a la Cinemateca Brasileira.
Ya. Ya sé que en Canarias nadie ha visto Fugitivos da noite, O preço da vitória, Sós e abandonados, Não matarás, O grande desconhecido, Mundo estranho... Ni nadie se ha dado cuenta, allí, de que muchos anuncios de coches, cigarros y refrescos, emitidos por televisión, estaban hechos por una empresa que se llamaba Lorenzo Serrano Produções...
Pero, con ser importante, lo más importante de Lorenzo Serrano, masón convencido y respetado, no fue su condición de cineasta, y sí de político y de diplomático. Como socialista íntegro que era, le tocó huir de su queridísima España recorriendo aquel camino amargo que pasaba por el infierno: Francia, Chile, Argentina, Brasil... Y en São Paulo, donde yo lo conocí, acabó siendo cónsul general de la República Española en el Exilio, con pasaporte diplomático de verdad, y con reconocimiento del Gobierno brasileño.
Nadie, nunca, en ningún exilio, sufrió más que Lorenzo Serrano. Y sin embargo era el hombre más alegre del mundo, el que más quiso a España entera, y a Canarias en particular, y, tal vez, el que más hizo por los españoles que llegaban a América del Sur, huyendo, o como simples emigrantes. A veces no tenía para pagar el ron que lo mantenía vivo, pero no por eso dejaba de ser bueno, ni de abrir puertas, ni de soñar con Arrecife. A mí me enseñó que de la España nuestra no había que esperar nada: había que quererla con sus muchos defectos y sus pocas cosas grandes, y punto. Y en cuanto a Canarias, me repetía: "No te hagas ilusiones. En un archipiélago sólo se puede encontrar desintegración".
Mientras Lorenzo Serrano, patriota sin patria, de corazón enorme, inteligencia singular y vida atormentada recibía de brazos abiertos a cualquier español, encontraba trabajo para cualquier español, sacaba españoles del peligro chileno y argentino, daba lo que tenía a los refugiados del vapor Santa Maria, algunos cónsules "oficiales", actuando como verdaderos comisarios políticos del franquismo, nos amargaban la existencia a los que habíamos cometido el delito de emigrar en busca de un poco de libertad y mantequilla.
Uno de aquellos cónsules de Franco, que fue vicecónsul en la misma São Paulo donde lloraba, reía y cantaba Lorenzo Serrano, llegó a ser ministro socialista en tiempos de Felipe González, y hoy es embajador en Washington. Y de Serranito no se acuerda nadie. Nadie le ha hecho un homenaje ni le ha dedicado un libro. Nadie le ha puesto su nombre a una calle canaria. Por eso no voto. Ni votaré, mientras la democracia oblicua que tenemos no recupere la memoria, por completo, de verdad, de aquellos españoles que se murieron de pena, en tierra extraña, sin poder olvidar al país que los abandonó.