lunes, 2 de abril de 2007

AREILZA (2)

Otro problema era el seguimiento de la actualidad. No había Internet, ni prensa digital, ni nada parecido. Pero Areilza se acostaba a las ocho y se levantaba de madrugada. Y a las siete de la mañana, todos los días, sin falta, ya había leído todos los periódicos del día. Y después, sin pérdida de tiempo, me llamaba a mí para comentarme "lo esencial". Pero yo, a esa hora, siempre estaba en la cama durmiendo. Me despertaba con el repique del teléfono, bebía un poco de agua para aclarar la voz, escuchaba el sermón de Areilza, y cuando éste me hacía preguntas o me pedía opinión, tenía que inventarme las respuestas recurriendo a la intuición o a la imaginación, para no tener que confesarle que hasta las nueve o las diez no tendría la prensa al alcance de la vista. ¡Hablábamos de los intereses supremos de la patria, de los bandazos del país, sin que, al menos yo, supiera de qué estábamos hablando! "¿No es una cabronada -me preguntaba el conde, que, al contrario de lo que la gente creía, hablaba como un camionero- lo que dice este hijo de puta en la página catorce? ¿La tienes delante?" "La tengo" -le decía yo, mintiendo. "Pues lee el segundo párrafo de la segunda columna" -me decía él. "¡¡Qué canalla!!" -exclamaba yo, al cabo de un ratito, como si de verdad hubiera leído algún despropósito...

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