viernes, 23 de marzo de 2007

BIENES PROTEGIDOS

Hay gente maravillosa -qué envidia- que se dedica en cuerpo y alma a proteger casi todo lo que debe ser protegido: los mares, los ríos, la pureza del aire, las lenguas muertas, el silencio, las selvas, las culturas amenazadas, los perros abandonados, el lince ibérico, etc., etc., etc. Y hay ONGs desinteresadas, sin ningún ánimo de lucro, trabajando por las causas más meritorias y más lejanas. Ayer mismo, por pura casualidad, fue el Día del Agua. Porque lo del agua no es una broma: o sobra, o falta; o hay inundaciones, o se extiende la sequía. Y eso tiene preocupadísima a la ministra del ramo, que salió por la tele para advertirnos una vez más del riesgo tremendo que estamos corriendo. Según ella, si nos seguimos lavando los dientes con tanta frecuencia, pueden suceder cosas terribles. Puede suceder, por ejemplo, que a muchos campos de golf se les seque el césped. ¿Se imaginan el desastre? Y entonces, me lo pueden creer, me sentí culpable. De verdad: el sentimiento de culpa, intenso, me puso contra la pared. ¿Qué he hecho yo, qué estoy haciendo, para que el planeta Tierra sea mejor y más bonito? -me pregunté. ¿Voy a seguir esperando a que unos voluntarios de la buena voluntad vengan a buscarme, así por las buenas, para llevarme sin pagar peaje hasta las puertas de algún paraíso descontaminado? Lo pensé. Lo pensé mucho. De veras. Le di vueltas y más vueltas a esa duda atroz. Y al final me dio vergüenza. Y avergonzado tomé una decisión, que puede ser la gran decisión de mi vida: fundar una ONG diferente, única, realmente altruista, sin dinero oficial, para proteger como se merece a la especie más amenazada del planeta, que no es de pájaros ni de monos ni de ballenas, sino de mandatarios dignos y respetables. ¿Se acuerdan? Había en este mundo, sí, hasta hace poco tiempo, en lo público y en lo privado, una especie de mandatarios admirables que de pronto se redujo, por algún motivo, hasta casi casi la extinción. Los bípedos que quedan de esa especie pueden contarse ahora mismo con los dedos de una mano. Y yo -¿me entienden?- no quiero que desaparezcan del todo. Yo quiero protegerlos, de alguna manera, a mi manera, con la ayuda de las personas de bien, para que se reproduzcan. Para que, reproduciéndose, se resuelva de paso lo que afecta a los mares, a los ríos, al aire, a las tríbus olvidadas, a la razón, a los pobres, a los enfermos, y a todo lo demás, que no es poco. Gracias. Muchas gracias a quienes quieran apuntarse y seguirme.

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