domingo, 18 de marzo de 2007

LA BUROCRACIA

Un buen día regresé a Barcelona, la ciudad amada, y tuve que empadronarme de nuevo. Fui al edificio de Estadística, que el ayuntamiento tenía en la Puerta del Ángel, pregunté, y enseguida me atendieron en la ventanilla que me correspondía: la 7. Y al ser atendido con tanta rapidez y eficacia, recuperé la vieja idea, el viejo convencimiento, de que en España no era posible encontrar muchos consistorios que funcionaran tan bien como el de la capital catalana. Pero de pronto, por algún motivo, la funcionaria que me hacía preguntas y más preguntas se enredó en un inconveniente: no encontraba, por ninguna parte, en ningún papel, ningún indicio de que la Villa de Teguise, donde nací, pudiera existir. No. Para nada. A ella no le constaba la existencia de un lugar con ese nombre tan raro, y, por tanto, no podía dar por bueno el dato que yo le estaba proporcionando. "¿Villa de Teguise, ha dicho? Está equivocado, señor. Ese municipio no existe". Me lo dijo con tanta seguridad, que me dejó dudando. Y la duda me llevó al estupor: si mi pueblo no existía, ¿existiría yo? Yo debía de existir, probablemente, porque al pellizcarme sentía dolor. Y todo lo demás estaba escrito en el documento de identidad que la Policía me había dado en Las Palmas. ¿La Policía mentía? Si no mentía, ¿cómo era posible que reconociera por escrito, con sello y rúbrica, la existencia de la Villa de Teguise? Cuando le hice esa pregunta, fue ella, la catalanita, la que empezó a dudar. Buscó de nuevo en sus papeles, en sus archivos, en sus cosas, y al cabo de un rato volvió con una media sonrisa y un discurso conciliador: "Mire. Lo más parecido que hay a lo que usted dice se llama Te Quise. Si a usted le parece bien, yo puedo empadronarlo como siendo natural de Te Quise. Pero no de la Villa de Teguise, porque ni esa tal Villa ni ese tal Teguise constan en la lista oficial de los municipios de España con la que aquí trabajamos". Me cansé. Comprendí que alguien había escrito mal, en aquella lista disparatada, lo que la Policía había escrito bien en mi DNI. Y acepté ser de un lugar inexistente. Durante algunos años viví en Barcelona con dos penas muy grandes: con la de haber perdido para siempre la palabra Villa, tan importante para mí, y con la de repetir Te Quise, así, en pasado, cuando la verdad es que me apetecía repetir Te Quiero, en presente.

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