miércoles, 14 de marzo de 2007

UNIVERSITARIOS

Hace un par de días, comentando a conspiração propuesta por el profesor Mauricio García, se me ocurrió escribir aquello de que más universitarios sí, pero más modernidad también. Y algunos lectores no deben de haber entendido bien lo que quise decir, porque no son pocas las llamadas que he recibido de amigos y de ex alumnos, pidiéndome explicaciones. Quieren saber, sobre todo, dos cosas: si me opongo o no me opongo a que haya más estudiantes en las universidades, y qué significa eso de la modernidad. Respuestas: no me opongo, claro que no, sino todo lo contrario, a que todo el mundo tenga el derecho y la posibilidad de ir a la universidad; y con la palabra modernidad he querido referirme, y me refiero, sencillamente, a estar a la última, o cuando poco a la penúltima, en cuanto a progreso, libertad y justicia... Reconozco que la cosa es complicada y hasta polémica. No hay progreso, ni libertad, ni justicia, sin inteligencia cultivada y universalizada. Pero, al revés, la inteligencia cultivada y universalizada no es la panacea, si no encuentra el terreno abonado del progreso, de la libertad y de la justicia... Todos los males de América Latina están motivados por ese endemoniado círculo vicioso: la democracia no funciona, o funciona mal, porque la inteligencia y la honradez, por alergia, se mantienen demasiado alejadas del poder; y el poder es el que es, y cómo es, porque rechaza a la inteligencia y a la honradez, hasta el punto de obligarlas a emigrar... Si quienes mandan no son los mejores, el intento de mejorar es un ejercicio inútil, por no decir frustrante. Los mil sabios que América Latina necesita para llegar al siglo XXI, y que fueron formados en las propias universidades de la misma América Latina empobrecida, están casi todos en América del Norte y en la Unión Europea. ¿Casualidad? Los millones de latinoamericanos que sufren la amargura de la emigración en las calles y plazas del mundo desarrollado, no son analfabetos. En su mayoría son gente bien preparada, y por tanto, paradójicamente marginada. La tragedia de los jóvenes que abandonan África en pateras, jugándose la vida en mares espantosos, no está protagonizada por ignorantes, y sí por aquellos que, en teoría, podrían sacar al Continente Negro del abismo. Preguntas: ¿Para qué, entonces, aumentar de forma artificiosa el número de matriculados en las universidades de ciertos países? ¿Y cómo se explica que las universidades de América Latina sólo se dediquen a enseñar, y no, además, a promover de verdad el progreso, la libertad y la justicia? ¿La idea de universidad debe ser la misma en Suecia y en Brasil, por ejemplo? Si la inclusión ciudadana no es cosa de las universidades, ¿de quién es -de los sindicatos y de los partidos políticos?

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