viernes, 9 de marzo de 2007

QUE ME DEJEN EN PAZ

Tengo un amigo, de nombre José da Nóbrega, que habiendo nacido, crecido y vivido en el Piauí, en el Nordeste más pobre del Brasil, casi en el fin del mundo, un día tuvo la clara impresión de que, pese a todo, se encontraba demasiado cerca de lo que llaman civilización. Y se mudó para Porto Velho, capital del joven Estado de Rondonia, justo del otro lado del gigantesco país, por el oeste, pegado a Bolivia. Se mudó para nada, porque la burocracia, la política, los aviones e Internet ya llegan a todas partes. Pero la intención fue buena. Mudarse le sirvió, al menos, para sentir que estaba vivo: para comprobar que no había perdido la noción de lo razonable... Les cuento esa historia, así, sin rodeos ni gracia, para confesarles enseguida la envidia que siento. Pues yo no tengo al alcance de mis sueños un Porto Velho verdadero, que esté lejos lejísimo, en la inmensidad amazónica, y que me permita distanciarme del cansancio que me aburre, o del aburrimiento que me cansa, que tanto monta. Yo, por algún enfado del destino, estoy condenado a vivir en el epicentro capitalino de la España desquiciada del 2007. Pongo la televisión, y me sale el ministro Rubalcaba explicando lo inexplicable. Pongo la radio, y me sale el secretario general del PP, Acebes, queriendo que alguien le explique lo que él tendría que explicar y no explica: la matanza de Atocha, que como ministro del Interior no evitó, y de la que, al parecer, no se siente culpable. Abro el periódico, y me encuentro con Zaplana dando lecciones de democracia y de honradez. Me voy a mi parque preferido, la Quinta de la Fuente del Berro, para aislarme de tanta contradicción, y me encuentro con cuarenta grupitos de jubilados que sólo hablan de cuatro cosas: de las maldades del presidente Zapatero, que por lo visto trabaja para ETA; de la corrupción generalizada; de los disparates del Real Madrid, que no da una en el clavo; y de las manifestaciones convocadas por Rajoy para salvar la patria de la opresión vasca... Y no sé qué hacer. Pues se acercan las elecciones, y los parlamentarios que no cesan de insultarse en el hemiciclo vienen a decirme que debo confiar en ellos, porque ellos son los mejores, y sólo ellos podrán hacerme feliz. Creen que la gente se chupa el dedo. Como lo creen, de forma parecida, los que se mueven en la esfera de la política municipal, cada vez más contaminada por ladronzuelos que no se sonrojan al predicar lo que ignoran y prometer lo que jamás cumplen. Si esto es democracia, que venga Dios y lo vea. Porque yo no quiero verla ni escucharla. Que no me la cuenten, por favor. Que me dejen en paz. Que no me obliguen a seguir buscando un Porto Velho en el mapa.

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