martes, 27 de marzo de 2007

UN TESORO

Después del XIII Congreso de las Academias de la Lengua Española, que se celebró en Medellín el pasado fin de semana, se está celebrando en Cartagena de Indias el IV Congreso de la Lengua Española, que no es lo mismo, aunque se repitan algunas palabras y, en el fondo, el gran objetivo: mantener y fortalecer la unidad básica del idioma que más crece entre los idiomas principales, y que podría equipararse al inglés, en difusión, a mediados del siglo en que estamos. Ojalá. Ojalá pueda mantenerse la unidad del tesoro que me permite expresar con palabras casi todo lo que pienso y siento. Porque, si no se mantuviera, yo seguiría teniendo la extraña sensación de que la vida se descompone -de que me hundo en la imposibilidad de ser y de estar. Viendo lo que pasa en España con la lengua española, durante años me he refugiado en mi amada segunda lengua, que no es otra que la portuguesa. Pero el portugués se muere poco a poco, enfermo de mil enfermedades que nadie remedia, sobre todo en Brasil. Y por eso la angustia. Por eso el miedo enfermizo a que también se enferme y se muera el castellano, mi última tabla de salvación. Y no estoy exagerando. Un día, después de una larga y amarga ausencia, regresé a Gran Canaria. En el aeropuerto, totalmente desconocido para mí, le pregunté a una chica rubia por la parada de taxi. Y la chica me explicó con perfección -¡pero en alemán!- la vuelta que tenía que dar y la escalera mecánica que me serviría. Abajo, ya en la calle, entre otras cosas curiosas, había un cartel que anunciaba un congreso de Medicina "a nivel" de la rodilla. El taxista, un canarión de Telde, no hablaba como se había hablado siempre en las Islas. Hablaba de una forma rara, mezcla de mil dejes extraños. Y decía cosas tan absurdas como "creo de que", "alcaldable", "planta alojativa", "a tope", "autobús", "van a Península". ¿Qué era una "planta alojativa"? ¿Qué significaba "a tope"? ¿Por qué "autobús" y no guagua? ¿Por qué "a Península" y no a la Península? Me sentí fuera de mí mismo. Aquella no era mi tierra. Aquel no era mi tiempo. Hasta los niños tenían nombres sorprendentes: Dulcecielo, William Anselmo, Loretta Margarita, Guadarfía, Adargoma, Tenesor, Tirma. Y la gente, para expresar conformidad, sólo sabía decir "vale". Al darme cuenta de que habían roto mi idioma, comprendí con tristeza que también habían roto mi identidad. El mundo, desafinado, sonaba de otra forma.

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