miércoles, 21 de julio de 2010

CALORES MADRILEÑOS

Con tanto calor, tanto fútbol y tantos disparates políticos, el Madrid que llevo en el alma me pareció otro Madrid la semana pasada. Me pareció más roto, más sucio, más nervioso, más pueblerino, más falto de identidad... Hasta los turistas me parecieron más pobres, feos y antiguos; más de comer cosas grasientas y baratas... Mi extraño y repentino desencuentro con la ciudad amada sólo pasó de la decepción a la carcajada cuando, queriendo calmar la sed, entré sin pensanlo bien en uno de los "restaurantes" espantosos (y al parecer de éxito) que ahora existen en la parte baja de la Gran Vía, cerca de la Plaza de España: a una corpulenta turista norteamericana le habían robado el bolso, con todos sus documentos y todo su dinero; la nieta del Tío Sam reaccionó dándole una paliza al pobre camarero que la atendía; pero de pronto apareció un joven melenudo y mal vestido, devolviendo lo robado e identificándose como policía; sin creer en milagros castellanos, la víctima del robo no creyó que el policía fuese policía, y, al mismo tiempo que le quitaba el bolso con las manos, le daba mil patadas, en los testículos y en el estómago, con sus zapatones pasados de moda... Yo, desde mi sorpresa, acabé sabiendo lo que no sabía: que en Madrid hay funcionarios del Estado que, en pleno verano, se alimentan de secas hamburguesas para proteger com discreción a los turistas más distraídos.

martes, 6 de julio de 2010

LIMPIABOTAS

Por muchas razones, fáciles de imaginar, los limpiabotas han ido desapareciendo de las calles del mundo. Cada vez hay menos, incluso en las ciudades mexicanas, y en Lima, donde se encontraban los más competentes. Y los que quedan casi nunca son profesionales. Son, con frecuencia, marginados sociales que no conocen el oficio y que piensan que con una caja cualquiera y un cepillo gastado se puede improvisar una forma de ganar dinerito... Pero en São Paulo, en la Praça da Nossa Senhora Aparecida, de espaldas a la Avenida Ibirapuera, a la sombra de un árbol centenario, bello y gigante, a cincuenta metros de la iglesia y a otros cincuenta del puesto ambulante de la Policía Militar, sigue trabajando un viejo limpiabotas que, por la indumentaria y la pulcritud, parece un mayordomo de los tiempos del Imperio. Se trata de un mulato culto y elegante que sabe absolutamente todo sobre zapatería, desde el diseño a la calidad de los materiales; que es capaz de recuperar cualquier zapato maltratado; que maneja con perfección todas las cremas imaginables, de todos los colores... Por eso, por todo eso, ayer, después de atenderme com paciencia y dedicación, el buen hombre se llevó un gran disgusto: ni con cremas ni sin cremas consiguió eliminar algunas cicatrices de las palas de mis zapatos más queridos y más cansados de andar de un continente a otro!