viernes, 23 de diciembre de 2011

SERVICIOS DE CALIDAD



Jurandir, el mulato simpático que sabe hacer todo lo que pueda hacerse con las manos, y que por eso mismo no es un especialista en nada, me había prometido en la primera semana de septiembre que, sin falta, jurado por Dios, todos los problemas hidráulicos y de pintura del olvidado cuarto de baño de la biblioteca, allá en la casa de Villa Belezas, estarían resueltos antes de que acabara aquel extraño mes. Pero se acabó septiembre, y nada. Y se acabó octubre, y tampoco. El pobre Jurandir, atormentado por su excesiva carga de compromisos, sólo volvió a aparecer ante mis ojos a finales de noviembre. Me pidió mil perdones y me ofreció mil explicaciones; me ilustró sobre lo difícil que es mantener la calidad de los servicios hoy en día; me dijo que no se había olvidado del dinero recibido por adelantado; y quedamos, ahora sí, de verdad, en que no habría más atrasos. La cosa estaría como debería de estar, antes de que comenzaran las vacaciones de verano, a mediados de diciembre. Dicho y hecho. No habían pasado ni cuarenta y ocho horas, cuando Jurandir se presentó en la casa de Villa Belezas, dispuesto a trabajar como un chino. Pero sin herramientas. Se las había olvidado en el garaje de la última clienta rica para la que había hecho unos trabajitos delicados. Todo quedó para la semana siguiente. Y Jurandir volvió, sí, con las herramientas y con las latas de pintura. Pero, oh casualidad, precisamente ese día, que era el día decisivo, el del sí o el del no, el perro de presa que guarda la casa amaneció enfermo, vomitando una espuma blanca y amarilla. Y Jurandir tuvo la delicadeza de llevarlo al veterinario, por su cuenta, dejando la fontanería y la pintura para mejor ocasión... Y la ocasión era hoy, viernes, 23 de diciembre, cuando São Paulo aparece más calmada que nunca, al haber sido abandonada por cinco o seis millones de vecinos que se han marchado y se marchan en busca de la felicidad navideña y de la prometida abundancia del 2012, que ya está cayendo como un terremoto enloquecido... Hasta que, hace poco más de una hora, sonó mi teléfono... Era la voz femenina de la mujer de Jurandir, que según me han dicho es una mulata de una belleza sin par. Ni saludó, ni dijo nada que pudiera decirse, sino que fue derecha al grano, gritándome: "Sepa, seu professor espanhol, que meu marido não é um escravo; que a escravidão já não existe no Brasil; que ele não vai trabalhar hoje, não, nem para o senhor nem para ninguém, porque também para nós, gente do povo, hoje é o día de irmos embora para o litoral, a tomar banhos de mar e a descansar bastante, até janeiro!".

miércoles, 14 de diciembre de 2011

NAVIDAD, OTRA VEZ




Saben los que me conocen, y saben por qué, lo poco que me gusta la Navidad. Nunca me gustó. De niño, en Lanzarote, con la llegada de esta época del año me ponía tan triste, que, de tanta tristeza, perdía la salud el Día de Finados y sólo la recuperaba después de Reyes. Y, cuando la vejez me dio libertad y autonomía, me acostumbré a pasar el mes de diciembre (casi siempre) en lugares remotos ajenos al fanatismo cristiano y al derroche consumista. Pero no es el caso de ahora mismo, cuando acaba el inquietante 2011. Esta vez, por muchas razones, me quedaré en la querida ciudad donde vivo, en mi casa, en el estudio donde escribo y pinto, y en el trabajo que me da de comer. Y, parado en mi propio epicentro, no puedo evitar que desde el banco a la panadería me lleguen toda clase de grandes deseos de felicidad y fortuna... Tal vez no se lo crean, pero esa lluvia de mensajes hipócritas me ha hecho pensar en lo que podrían pensar los que de verdad me quieren, si, solamente yo, no les mando una tarjetita, un regalito, o una estampita... Y entonces decidí (estoy decidiendo) mandarles la reproducción de los últimos cuadros que he compuesto, que no dejan de ser recuerdos sinceros, sin llegar a ser compromisos de fe ciega o de falsa esperanza... De ese modo, quién sabe, podré quedar mejor con los lectores fieles que me acompañan a diario, desde Pelotas o Acapulco, o desde Madrid, como Josefina, que no me ha olvidado desde los tiempos en que los dos creíamos ser jóvenes y guapos...