martes, 21 de abril de 2009

MERCADO MUNICIPAL

No. No se trata de un teatro, ni de un museo, ni de una catedral, ni de un palacio de algún poderoso o de algún poder...

El Mercado Municipal de São Paulo, construido en terrenos ganados al Río Tamanduateí, en la Várzea do Carmo, se inauguró en 1933. De estilo ecléctico, la obra se debe al estudio del respetado arquitecto Francisco de Paula Ramos de Azevedo. Felisberto Ranzini diseñó las fachadas. Los maravillosos vitrales son de Conrado Sorgenicht Filho. Y, en 2004, la prefecta Marta Suplicy tuvo el acierto de restaurar tanta belleza, hasta dejarla todavía más bella. Sólo por eso se le pueden perdonar a la imprevisible política todos sus pecados políticos.

Pero, por si fuera poco, el Mercado Municipal es mucho más que un edificio deslumbrante. También es, en un barrio que espanta por su deterioro, una referencia clamorosa de lo que podría ser el corazón histórico de la ciudad, si alguien lo restaurara. Y es, además, un escaparate colosal, increíble, de todo lo que en este mundo puede ser comido, o se come, o se bebe.

No me atrevo a publicar fotografías de los puestos que allí venden de todo, ni del gentío que allí compra de todo, porque podría confundir al lector -porque, en el Mercado Municipal de São Paulo, todo significa todo. Y como no sé decirlo de otra forma, lo dejo por cuenta de la imaginación. No hay nada que en el universo de la alimentación pueda ser imaginado, y que, sea de dónde sea, y cómo sea, no se encuentre en el Mercado Municipal de São Paulo. Punto.


lunes, 20 de abril de 2009

PRAÇA DA REPÚBLICA

Después de las reformas de 2007, que en buena medida le devolvieron el trazado original de 1905, la Praça da República dejó de ser la misma plaza que sigue intacta en mi memoria. No siendo yo ni tan joven ni tan viejo, lo que recuerdo pertenece a un tiempo intermedio que ahora, por lo visto, no es presente ni es pasado.

Las preguntas que me asaltan son tremendas: ¿Aquellas reformas reformaron lo que creo haber vivido? ¿O será que yo no viví, sino que soñé? ¿Será mentira que trabajé allí mismo, al lado, viendo la arboleda desde mi ventana? ¿No fui yo el que ayudó a crear e implantar el Mercado de Arte? ¿No era yo el que, leyendo libros junto al árbol preferido, esperaba a Guilherme de Almeida todas las tardes? ¿No fue en el banco mejor protegido por la sombra donde conocí al muchacho de Maringá?

Lo que pregunto tiene fundamento: si lo tangible y visible desaparece o se transforma, ¿cómo creer que lo intangible e invisible permanece igual? Mi pasado no puede ser presente si tampoco es pasado.

De lo que fue aquella Praça da República sólo sobró el espacio urbano, algunos árboles, algunos rayos de sol repetidos, una y otra vez, a la misma hora. Tal vez suceda lo mismo conmigo. Tal vez de mí, del mismo modo, sólo sobraron pedazos de vida deshilachados entre las ramas envejecidas de esos árboles sobrevivientes -entre la luz solar que no reconoce la descomposición de la existencia.

¿Y el muchacho de Maringá? ¿Qué habría que decir, entonces, del muchacho de Maringá? Si lo que recuerdo pudiera sostenerse como verdad demostrable, del muchacho llegado del Paraná habría que decir que fue el brasileño más elegante y más educado que jamás conocí. Como se sentaba en el mismo banco que yo, buscando la misma sombra a la misma hora, del saludo puro y simple nos fuimos adentrando en el conocimiento mutuo. Acabé contándole todos los misterios que me convirtieron en un inmigrante capaz de abrirse camino en la gigantesca ciudad prestada. Y él acabó contándome su vida de niño rico, educado en los Estados Unidos y en Europa. No era elegante, alto y rubio por casualidad. Hijo y nieto de alemanes, y habiendo conocido el mundo, decidió vivir su propia vida, creyendo en su propio talento, para encontrar en la gran São Paulo la grandeza de un Brasil potente y respetado. Con la ayuda familiar perdida, por haberla contrariado, yo le parecía un buen ejemplo a seguir. ¿Por qué no? Siendo brasileño, y teniendo mejor formación que la mía, triunfar en la capital paulista debía de ser cosa fácil.

Pero no. Nada era fácil en aquel tiempo. El espanto de la realidad envejeció al joven atractivo en pocas semanas. El pelo bien cortado y bien peinado se le convirtió en un amasijo repugnante. Le creció la barba. Perdió peso y compostura. El terno cruzado, marrón, impecable, se le arrugó y se le llenó de manchas. Los zapatos italianos, importados, perdieron la forma y el brillo. Y un mal día, al querer saludarme como de costumbre, no le salieron las palabras. Me miró con los ojos muy abiertos, fijos, inexpresivos, y se cayó hacia atrás, tieso, sin vida...

¿En qué Praça da República sucedió aquel drama? ¿O no hubo drama porque ya no existe el lugar exacto donde nos sorprendió la desgracia? ¿Los hechos se borran cuando se modifican los lugares?

domingo, 19 de abril de 2009

PRAÇA DA BANDEIRA

Ahora es un espacio atormentado, en el que no caben más artilugios urbanos ni más personas apresuradas. Pero, aunque siempre estuvo allí, en el corazón mismo de la ciudad, yo conocí la Praça da Bandeira cuando de plaza sólo tenía el nombre. Pues no pasaba de un terreno vacío, medio abandonado, sin ninguna utilidad, donde la bandera que ahora vemos a la izquierda, junto al viaducto curvo que se adentra en el Vale do Anhangabaú, tardaría décadas en llegar.

Sin embargo, aquella especie de solar sin vida nunca se apartó de mi memoria, porque tuvo que ver con una pequeña historia inolvidable:

Cuando me tocó estructurar, implantar y organizar la Secretaría de Turismo del Municipio, decidí abrir las puertas de mi despacho a todos los ciudadanos que quisieran opinar sobre la idea, entonces atrevida, casi revolucionaria, de un São Paulo compitiendo con Río de Janeiro en la tarea "frívola" de recibir y entretener turistas.

A muchos les parecía un disparate que una ciudad "seria", de fuerte tradición industrial, perdiera tiempo y dinero en actividades programadas para el descanso y la diversión, y no para el trabajo duro, constante y disciplinado. A otros no les parecía mal un poco de alegría, pero opinaban que la Secretaría jamás alcanzaría sus objetivos, porque sencillamente pretendía contrariar el sentir del alma paulistana. Otros aparecían con las propuestas más sorprendentes, queriendo sumarse, de alguna manera, al sueño de un São Paulo culto y amable, atractivo, abierto al mundo...

Y resultó que, entre los optimistas, vino a verme un hombre de aspecto distinguido, aunque de ideas muy extrañas. Hablaba como un predicador de los que ahora reparten milagros urgentes. Sacó de un tubo de cartón una gran fotografía aérea del centro de la ciudad, y, mientras la desenrollaba sobre mi mesa de trabajo, me fue adelantando en qué consistía el proyecto de su vida, para transformar a São Paulo, de golpe, en la capital turística de toda América del Sur: ¡una bandera de Brasil, en la Praça da Bandeira, que, por sus dimensiones, y por la altura de su mástil, pudiera ser vista y admirada desde Buenos Aires!

sábado, 18 de abril de 2009

MOEMA

El distrito paulistano de Moema (calles anchas, limpias y bien trazadas...) se llamaba Indianópolis. Pero a los vecinos, al no sentirse indios, no les gustaba el nombre. Y en 1987 consiguieron del prefecto Jânio Quadros la actual denominación oficial, que no por oficial deja de tener mucho de polémica. Pues, en tupí-guaraní, la palabra moema significa mentira, o falsedad, o calumnia...

Sin embargo, Santa Rita Durão le dio a la palabra moema el significado de dulzura en el poema Caramuru, tal vez porque moeemo quiere decir endulzar. El poeta habría inventado así, por su cuenta y riesgo, la versión femenina del vocablo.

Por una cosa y por la otra, el conocido distrito, donde el bienestar echó raíces, no se libra del todo de la polémica. Pues además, del lado este de la Avenida Ibirapuera, las calles siguen teniendo nombres de tribus indígenas. Del lado oeste -pura Moema- tienen nombres de pájaros.

Curioso: en los barrios de Moema, por su situación y por su urbanismo, el tráfico rodado no llega a ser delirante. A veces, hasta aparcar es posible. Pero, en cambio, el cielo está lleno de aviones enormes, que vuelan bajito, rozando las azoteas, en busca de la pista de Congonhas, que se encuentra en el cercano Campo Belo.

domingo, 12 de abril de 2009

CANAL BRASIL

Los españoles que vivimos con el corazón partío -con un pie y media vida fuera de España-, a veces no sabemos de dónde somos, ni si somos de todas partes y de ninguna. Por eso, entre otras cosas, la televisión nos atrae con desconcierto y nostalgia en las largas y lejanas noches de Miami, Santiago de Chile o Río de Janeiro. Ahora, gracias a la transmisión por satélite, siempre tenemos a nuestra disposición, en cualquier lugar del planeta, doscientos o trescientos canales que nos permiten estar y no estar, ser y no ser.

Tratándose de ser, sin poder estar, lo que uno quisiera encontrar es una Televisión Española que no nos avergüence: que se parezca un poco, en algo, a las televisiones de Francia, Alemania, Italia, Portugal, que llegan a todas partes. Pero, por desgracia, no es eso lo que sucede. Por alguna extraña incompetencia, o por alguna maldad inexplicable, TVE está empeñada en dejarnos en ridículo frente al mundo. Lo que nuestro ente público divulga en las Américas se parece mucho a lo que sería la basura de lo que divulga en la propia España, que ya es, como todos sabemos, difícil de soportar.

Huyendo de ese desastre patrio; buscándome a mí mismo en mi nueva casa de São Paulo; queriendo no confundir mi querida Quinta de la Fuente del Berro -¡vecina de El Pirulí!- con mi cercano Parque de Ibirapuera; deslindando la noche madrileña del amanecer paulistano, he vuelto a repasar, a lo largo de la Semana Santa, uno por uno, los que, a mi juicio, son los mejores canales de televisión de la Tierra. Y la sorpresa ha sido grande. Pues al mejor de todos, que ya me era conocido, y que se llama Canal Brasil, nunca le había prestado la atención que merece.

Canal Brasil es un milagro televisivo que se define a sí mismo como "o canal da cultura e da alma brasileiras". ¡Cultura y Alma! ¡Alma y Cultura! Algo así como un país abierto en canal, mostrando sus entrañas, tal cual ellas han sido y son, sin rodeos estéticos ni literarios, y sin la absurda interferencia de locutores o presentadores que puedan robar protagonismo a la viva realidad... Un reportaje sin fin, continuo, emocionante, en el que fluyen juntas y revueltas las esencias decisivas del ser o no ser, que por ser verdadero es único, indivisible e imperfecto, además de grandioso: literatura de cordel, diplomacia, selva, conocimiento, sociología, rascacielos, música, injusticia, heroísmo, corrupción, alegría, pobreza, solidaridad, petróleo, poesía, dengue, política, sueños, carnaval, religión, belleza, progreso, tradición, ciencia, tecnología, deseos infinitos de vivir más y mejor...