martes, 3 de abril de 2007

AREILZA (3)

Pero lo peor de todo era la obsesión de José María por el cumplimiento riguroso, siempre, de las reglas del protocolo más exigente. Las cosas más sencillas se hacían muy, pero que muy complicadas, por causa de esa obsesión. Como mi código de conducta no pasaba de una discreta urbanidad, yo mismo sufría, y hacía sufrir al conde, con mis torpezas diplomáticas. Por ejemplo: desde niño, yo había practicado la buena costumbre de abrir la puerta del coche, para que las personas de mayor edad o de más categoría entraran primero. Y eso es lo que hacía con Areilza, sin que Areilza, por alguna razón, se sintiera satisfecho. Un misterio. ¿Por qué no se sentía satisfecho con tanta atención y tanta reverencia? Sólo aprendí, sólo encontré la respuesta, cuando observé lo que otros hacían con Manuel Fraga y con Alfonso Osorio. A éstos, los segundones siempre les abrían la puerta de la derecha; y después, si iban con ellos, daban la vuelta y entraban por la de la izquierda. Claro. Lo correcto era que, una vez sentados, el más importante quedara por el lado derecho. O sea: si Areilza y yo entrábamos por la izquierda, y Areilza entraba primero, Areilza tenía que arrugarse todo antes de poder sentarse del otro lado; y si los dos entrábamos por la derecha y Areilza entraba primero, pasaba lo mismo pero al revés, y encima yo me sentaba por el lado noble, como si fuera el importante. ¡Qué vergüenza! Por no saber cosas tan sencillas, yo anduve durante mucho tiempo por Madrid con Areilza, en coche, con el protocolo cambiado. ¿Qué diría la gente? Si quien iba por la izquierda pretendía ser presidente del Gobierno, yo, que iba por la derecha, debía de ser candidato a rey, o a cosa parecida.

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