jueves, 12 de abril de 2007

BARCELONA (3)

NO. Julián Ramírez, el canario de las parrandas sin fin, de las novias millonarias, que hablaba ocho idiomas, que conocía a todos los serenos, ya no trabajaba en la recepción del Hotel Colón, en la plaza de la Catedral. Ni nadie, de los que allí trabajaban ahora, había oído su nombre jamás.
NO. Entre las muchas pensiones del edificio de la calle Marquet, cerca de Correos, ya no estaba la vieja pensión de las brujas que obligaban a los inquilinos a fumar incienso. En el patio modernista ya no había vómitos de sangre. Ni había gente moribunda en la escalera de mármol severo, que recordaba el frío y la arquitectura de los cementerios.
NO. En la calle Muralla, cerca del muelle de España, ya no existía el bar del malagueño que le daba tazas de caldo, gratis, a los paisanos que desembarcaban del barco de la Transmediterránea en busca de horizontes, y que le fiaba sin cuenta a los marineros gallegos que allí se hacían viejos esperando por la suerte de poder enrolarse en buques extranjeros que pagaran en dólares.
NO. En la esquina del Paseo de Gracia con la calle de Aragón ya no estaba, qué pena, la cafetería de los encuentros amorosos, políticos, artísticos y literarios. En su lugar habían levantado un insípido edificio del Banco Pastor.
NO. La calle de Aragón ya no era una especie de trinchera por la que, a cielo abierto, circulaban los trenes. Ahora, por arriba, era una calle como otra cualquiera. Y por debajo, un túnel.
NO. Joaquín Soler Serrano, el popular locutor de radio, maestro de algunas cosas, ya no vivía en la calle de Castellnou. Su teléfono ya no era el 39 79 90.
NO. El mundo cinematográfico de Ignacio F. Iquino ya no debía de existir. Pues el teléfono 24 43 65 ya no era el de su casa de la calle de la Diputación; el 23 85 54 ya no era el de los Estudios IFI; el 21 31 80 ya no era el de IFISA.

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