jueves, 18 de octubre de 2007

CUANDO SE ACABÓ LA INOCENCIA


Cuando la capacidad de trueque se agotó, porque ya no había nada más que pudiera intercambiarse entre los soldados y los vecinos del pueblo, unos y otros empezaron a intercambiar sus propias vidas: todos los militares solteros se casaron con todas las mujeres solteras del lugar, todas, y no eran pocas, sin que importara mucho la edad, la condición o la belleza.

Pero un día llegó la orden de regresar. La defensa de las Islas estaba por fin asegurada, y los militares desnutridos y harapientos debían volver a la Península. Y volvieron con sus mujeres, con las madres de sus mujeres, con las tías de sus mujeres, y con muchos hermanos de sus mujeres...

La Villa de Teguise volvió a ser triste y silenciosa, aunque un poco más limpia. El viento arreció. Muchas casas se quedaron vacías, con las puertas trancadas, quizá para siempre. El poco comercio que había se acabó. Los perros, abandonados y hambrientos, enloquecidos, iban de un lugar a otro, como sonámbulos, en busca de sus amas ausentes. Hasta que, decrépitos, empezaron a morirse delante de la iglesia, uno a uno, como si supieran que por allí andaba todavía el último recuerdo, o como si creyeran en la esperanza de la fe.

Entonces, con aquel viento y aquella soledad, con aquella nada tan grande, se acabó mi infancia para siempre, aunque, por edad, seguí siendo un niño. Jamás volví a jugar, a nada, con nadie.

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