domingo, 14 de octubre de 2007

EL LÍDER SILVESTRE

En la escuela había un niño raro, inteligente, más bien triste y solitario, sobre todo solitario, que se llamaba Manuel: Manolito. No jugaba con nadie ni nadie lo quería. Y a él parecía divertirle que no lo quisieran, quizá porque así no tenía que querer a los demás.

Era un niño tan extraño, que los diversos maestros que tuvo nunca supieron lo que de verdad tenían que hacer con él: ¿Protegerlo? ¿Castigarlo? ¿Apartarlo? Lo consideraban un problema porque, como estudiante, aprendía cualquier cosa, por muy difícil que ésta fuera, pero siempre la que él quería y no la que le mandaban. Y, como ser humano, resultaba desconcertante. Nadie como él podía hacer tanto daño sin hacer y sin decir nada. Se estaba quieto cuando todo se movía. Permanecía silencioso cuando todos hablaban, cantaban o gritaban. No expresaba alegría cuando todos se alegraban, ni tristeza cuando había motivos para ello... Esa forma de no ser y de no estar se hacía explosiva con frecuencia, por la simple carga de contradicción o de provocación del comportamiento del muchachito. A veces, la clase entera se peleaba por su culpa pasiva, y él, como si nada, permanecía impasible o desaparecía.

Y, para colmo, Manolito no mejoraba sino que empeoraba. Su escasa participación acabó siendo ninguna y su eterna sonrisita maliciosa, malvada, se convirtió en una mueca amarga e imborrable. Hasta que un día, sin venir a cuento, el niño diferente llegó a la escuela loco de alegría y cantando Cielito lindo, la canción de moda. El maestro quiso saber, espantado, a qué se debía tanta felicidad. Y Manolito le contestó sin dejar de cantar: porque maté una gallina / cieeeelito lindo / muuuuy bien matada...

Cuando se supo que era verdad, que había matado a una gallina retorciéndole el cuello con las manos pequeñas y gorditas, todo el mundo empezó a sentir respeto, y hasta miedo, y no sólo antipatía, por el niño inteligente e infeliz. Y él, que sin duda era un genio del mal, transformó aquellos sentimientos del vecindario en poder personal y político. Tanto poder llegó a tener, que, con el tiempo, tuvo más poder que nadie, allá, en la tierra del viento y del odio.

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