ESPAÑITAS
A mi alrededor, los árboles inmensos seguían regalando sombra y belleza; los pavos reales de la Fuente del Berro seguían paseando por mis cercanías; las guarderías del barrio, llenas de niños ricos y saludables, seguían almacenando alegría... Pero yo, pobre de mí, no encontraba la respuesta. Yo no conseguía saber por qué España me aburría. Y entonces decidí alejarme -distanciarme de la trapisonda cotidiana. Volví a darle vueltas al mundo, dando conferencias, asesorando intereses legítimos, plantando iniciativas, dejándome querer...
Y yendo de un lugar para otro he pasado un verano casi feliz. Sin aburrimiento. Sin esa contrariedad que me estaba mortificando. ¿Por qué? ¿De dónde vino esa serenidad, si en todas partes cuecen habas? ¿Por qué me he sentido mejor, si ya no hay países que no se parezcan a esta España de pantalones vaqueros? ¿Qué diferencia hay entre el insufrible aeropuerto de Barajas y cualquier aeropuerto de cualquier lugar que se precie?
Regresé tranquilo, físicamente agotado, y sin respuestas. La respuesta la encontré esta mañana, viendo de nuevo, escuchando otra vez, como si fuera la primera vez, lo que no se ve ni se escucha en ningún otro país que no sea éste, o, tal vez, Bélgica. ¿Lo adivinan?
Lo que me aburría y me aburre, lo que no soporto, es esa cosa delirante que lleva a los españoles, de día y de noche, todos los días, por todos los medios, a intentar demostrar, con violencia o con estupidez, que España no existe... ¡Los españoles no quieren ser españoles! ¡Quieren ser lo que no son! ¡Quieren ser de países inventados, sacados de la manga, chiquitos, con banderas bordadas de odio y frustración!
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