viernes, 20 de julio de 2007

IDA Y VUELTA

Mi tío Antonio era un hombre honrado, inteligente y callado. Hablar le parecía una tontería. "Si tienes la razón, hablando pierdes el tiempo; y si no la tienes, haces el ridículo" -solía decir cuando sentía la necesidad de justificarse. Y un día puso los zapatos nuevos y dos camisas blancas en una bolsa, y se fue para Buenos Aires sin decir adiós. De la mujer, de la hija y de los dos hijos varones se despidió con un movimiento de la mano abierta, sin mirar hacia atrás, cuando ya atravesaba la calle, alejándose de la casa familiar. En Buenos Aires permaneció veinte años seguidos, sin escribir ni una sola carta, pero mandando algún dinero, puntualmente, todos los meses. Y a los veinte años regresó sin previo aviso. Casualmente era sábado cuando llegó de vuelta a Lanzarote. Y casualmente había baile en el pueblo. Pero como a él no le importaban para nada los bailes, y siendo de noche y estando cansado y con sueño, fue derecho a su casa, que era una casa grande y sosegada. Sacó la llave que seguía llevando en su aparatoso llavero, intentó abrir con ella, pero la llave no entraba en la cerradura porque la cerradura era otra. Hasta que una mujer se asomó por la ventana y le preguntó qué quería. "Entrar" -le dijo secamente. Menos mal que la mujer, antigua vecina, lo reconoció y supo explicarle lo que sucedía. Y lo que sucedía es que la casa ya no era de mi tío Antonio, porque la familia la había vendido, y con el importe de la venta, y los ahorros de tantos años, habían conseguido otra casa, más moderna y más céntrica. Al verse en la calle, y siendo sábado y de noche, a mi tío no le quedó otro remedio que ir al baile, donde estaban mi tía y mi prima, para que éstas le dieran la llave de la casa nueva. Fue con la maleta al hombro, observó desde la puerta, observó, observó, y por fin localizó a la mujer, allá dentro, al fondo. La mujer lo vio a él, lo reconoció, y salió corriendo y llorando de alegría a darle un abrazo, seguida de la hija, que ya era una mujer con novio, y de los hijos, que ya eran dos hombres hechos y derechos, acostumbrados a beber y a fumar. Todos llenos de emoción. Todos dando voces. Todos besando y abrazando al padre querido y respetado que acababa de regresar de América... Al día siguiente, después de dormir como un extraño en aquella casa nueva que no le gustó ni le dejó de gustar, y sin desbaratar la maleta argentina, mi tío Antonio se fue para Cuba, donde permaneció otros veinte años. Se fue así, como si no se fuera, sin pensar y sin dar tiempo a que la familia pensara, por una razón muy sencilla y muy sincera: porque era incapaz de soportar las emociones, los abrazos, los besos... Si las palabras puras y simples le parecían un desperdicio, las palabras cargadas de sentimiento le resultaban un suplicio. Y los abrazos y los besos, para qué decir...

1 comentarios:

A las 21 de julio de 2007, 22:17 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Casi todo el que emigra a tierras lejanas en busca de no se sabe muy bien qué, de una u otra forma busca regresar a su terruño. Unas veces a hurtadillas, queriendo pasar desapercibido, como para comprobar que nada ha cambiado y que hizo bien en dejar atrás jirones de su alma. Otros prefieren retornar de forma ostentosa, como un indiano todo vestido de blanco y tocando con donaire su sombrero. Y cuando comprueban que aunque todo parece distinto, todo sigue igual, queriendo contradecir incluso al poeta Antonio Machado, vuelven a pisar el camino que nunca se vuelve a pisar. Pero por lo que leo, su tío Antonio era en todas sus cosas también especial. Aunque bien sabía, por sabiduría familiar, que la felicidad sólo se alcanza viajando siempre hacia el Norte, él, contradiciendo incluso sus principios, lo hizo hacia el Sur para no hacer lo que pensaba que otros creerían que haría… ¡Son cosas de los recios vientos de Lanzarote!

 

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