martes, 19 de junio de 2007

CAMPEONES

El Real Madrid, con Capello en el banquillo, ha ganado la Liga. Y eso, por lo visto, es una cosa muy, pero que muy, importante. Tan importante, que mucha gente ha estado al borde del infarto. Los que han llorado de alegría han sido legión. Lo sé muy bien, porque he visto y oído los cohetes que han estallado en la noche de la capital. Fue tanta la trapisonda, que salí a la terraza pensando que se trataba de otra cosa: del fin de las guerras, del triunfo de la razón, o de algo parecido... Pero después, viendo la televisión y leyendo los periódicos, he sentido vergüenza. Lo del asalto a Cibeles, para ponerle una bandera, a modo de pañuelo campesino, al cuello de la diosa de piedra, es un acto de fanatismo que mete miedo. Y lo de mezclar fútbol con religión y con política pasa de castaño oscuro. Porque -pueden creerme- los del Real Madrid también fueron a inclinar sus rodillas ante la Patrona, como si La Almudena tuviera algo que ver con lo de dar patadas y meter goles en calzoncillos. Y fueron al Ayuntamiento, y a la sede del Gobierno autónomo, para abrazar a las autoridades y aparecer por los balcones oficiales, igual igualito que los políticos en campaña electoral... ¿Con qué derecho? ¿Cuándo y cómo fueron elegidos para pisar alfombras oficiales y utilizar bienes públicos? Por separado, el fútbol, la religión y la política ya son -o pueden ser- drogas duras. Cuando se mezclan, se convierten en una espantosa aberración.

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