viernes, 31 de agosto de 2007

¡QUÉ PARLAMENTO!

Hace unos días, y durante tres días, tuve que encontrarme en Curitiba con un grupo de ilustres e influyentes académicos. El encuentro, por razones que no vienen a cuento, se convirtió en notable acontecimiento. Y la Asamblea Legislativa del Estado de Paraná tuvo a bien recibirnos, nada menos que en sesión plenaria, para "prestigiarnos".

Estando en la bella, moderna, limpia, rica y funcional capital paranaense, nadie podría pensar que no íbamos a encontrar un parlamento modélico. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando encontramos un espectáculo deprimente, impropio de cualquier democracia que se precie. Durante un buen rato, la cosa estuvo presidida por una despampanante diputada que recibía con desdén los piropos que le dirigía el diputado que nos presentaba y elogiaba... El tiempo de que disponía el susodicho fue repartido entre media docena de legisladores que discutían entre sí las cosas más peregrinas, mientras el resto de representantes del pueblo formaba corrillos, en posturas distraídas e inconvenientes, como de bar de periferia aburrida, hablando de otras cosas, dando carcajadas, gesticulando de mala manera, sin prestar la mínima atención a la tribuna copiada de algún púlpito antiguo.

Parecía, sí, una fiesta de barrio bullicioso: de día de misa por cantar. Por entre los corrillos, moviéndose a sus anchas por el hemiciclo, circulaban camareros que recordaban aquellos de los trasatlánticos de antaño, repartiendo café, bebidas variadas, al gusto de sus señorías. Y, de cuando en cuando, apáticos, eran ellos mismos, los camareros, los que se sentaban en cualquier poltrona vacía, con sus bandejas bajo el brazo, como si servir a diputados fuese lo mismo que hacer leyes. Y los periodistas, por su lado, no eran menos. Pues también ocupaban los escaños que más les apetecían, dejando las cámaras de televisión abandonadas, fijas, trabajando solas desde ángulos imperdonables.

Aunque, la verdad sea dicha, nada nos pareció tan absurdo como el trabajo de las taquígrafas, obligadas a registrar los discursos perdidos en la algarabía. Algarabía que se extendía por pasillos y ascensores, donde una multitud de oportunistas, aduladores, traficantes, suplicantes, enchufados y desocupados se entrometían en el dañado corazón de la democracia increíble.

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