Ayer, sábado, 4 de julio, fue un día tan feliz como misterioso, tan misterioso como feliz: un churrasco (palabra horrible) inmenso, alegre y delicioso, para descubrir que no estábamos solos -que no habíamos fallecido; para reencontrar la inteligencia y la bondad (la grandeza) del Dr. Gabriel; para despertar el volcán de afectos viejos que parecía dormido... Una tarde maravillosa para comprobar tardíamente que todavía existen personas que pueden fascinarnos como personas -que pueden redimirnos como seres vivos... Si yo creyera que hay Dios, creería que lo de ayer fue un milagro.
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