viernes, 11 de abril de 2008

PARLAMENTO EUROPEO

Hablando sin rodeos podría decirse que el Parlamento Europeo es una descomunal empresa que ofrece más cosas, y más variadas, que el mismísimo El Corte Inglés, por un lado, y que cualquier centro de convenciones, habido o por haber, por otro. Tiene establecimientos en Estrasburgo, Luxemburgo y Bruselas. Y es ahí, en sus instalaciones de Bruselas, donde la mezcla de un formidable sistema de compra-venta, de los servicios en general, y de los eventos en particular, es más sorprendente. Por tener, el Parlamento Europeo tiene hasta hemiciclos redondos, y auditorios cuadrados, por todas partes.

En la capital belga, como todo el mundo sabe, existe el Parc Léopold. Aquello, hasta finales del XIX, no era otra cosa que una finca particular con problemas de higiene, por causa de un río contaminado que ahora está cubierto. Y fue Ernest Solvay -¿se acuerdan?- quien transformó los terrenos improductivos en parque científico, con zoológico, cinco centros universitarios, la Biblioteca, etc. Fue él, sí, quien organizó allí aquellos célebres encuentros entre los más grandes de la Ciencia de entonces, como Einstein o Marie Curi, sin ir más lejos, para hablar con soltura de lo que sólo ellos sabían.

Pero un día -no sé si bueno o malo, con sol o con lluvia-, y por el lado de la rue Wiertz, a alguien se le ocurrió quitarle un buen pedazo al Parc Léopold, para dar cabida en él a una parte importante del monstruo de acero y cristal que se iba apoderando del barrio, hasta entonces inocente. El Parlamento Europeo no podía crecer en la dirección opuesta porque se lo impedían las vías férreas que pasaban por la estación de Luxemburgo.

Hasta que otro alguien tuvo otra ocurrencia: meter las vías y la estación en un atrevido túnel, y convertir en enorme y carísimo solar todo el espacio existente entre la rue Wiertz y la rue de Treves. Esfuerzo éste que resultó insuficiente, porque el monstruo, teniendo más suelo creció más, hasta atropellar el delicado equilibrio provinciano de la Place du Luxembourg con una pasarela curva, aérea, que tiene mucho de disparatada.


Esfuerzo inútil. Pues empezaron a llegar los polacos y el Parlamento Europeo ya no se conforma con ser una ciudad futurista, al borde mismo de la ficción. Ahora necesita más y más trozos de la impotente Bruselas. Y mientras se traga a la vieja ciudad, en sus entrañas se suceden las contradicciones: como el batallón de albañiles, carpinteros, cerrajeros, electricistas, no acaba nunca las obras secundarias, para entrar en el corazón del coloso hay que dar mil vueltas por entre montañas de ladrillos, desvíos metálicos, sacos de cemento, desperdicios, cajones, cartones, tablas; el gentío que carga maletines y camina rápido, salta indiferente por encima de una mujer que pide limosna (...) atravesada en un estrecho pasadizo provisional; un hombre sin abrigo, helado, toca con esmero una flauta medieval a pocos metros de la sierra mecánica que corta azulejos; el sistema de seguridad, que pretende ser el más seguro del mundo, resulta ridículo ante el vertiginoso movimiento de personas y de cosas; los pasillos más amplios son los que conectan los lugares menos transitados; los ascensores se rompen cuando son más necesarios; a los visitantes que llegan en tropel desde los confines del Continente Recompuesto, no les explican lo que significa el milagro de la Europa Conciliada -les regalan (...) muñecos de peluche, paraguas y chubasqueros; los eurodiputados, aquejados de añoranza, decoran sus despachos con recuerdos de sus aldeas lejanas -detalles taurinos, paisajes gallegos, quesos manchegos, literatura canaria...

En el interior del Parlamento Europeo se puede vivir perfectamente, para siempre, porque allí, como ya dije, hay de casi todo -desde bancos a peluquerías, desde supermercados y restaurantes a farmacias y limpiabotas. Sólo no hay un hotel (...) donde puedan descansar los políticos y funcionarios que desfallecen de tanto ir y venir por todo el mundo.

Se trata, como ven, de un universo muy particular, o tal vez muy extraño, donde se improvisan en cualquier rincón exposiciones de barquitos de vela, o de arte azteca, o de vinos jerezanos, o de fotografías relacionadas con los horrores del Este. Todo vale. Allí todo se mueve, como por encanto, siempre que sea para bien.

Pero lo más importante del Parlamento Europeo son la Palabra Traducida y el Conocimiento del Vecino. Aquello, amigos míos, es el Alma de un mundo mejor, apasionante, que todavía está naciendo. Por eso, los que allí nos representan deberían ser tratados de otra forma, más respetuosa y más agradecida.

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