BADEN-BADEN
Ese abandono reiterado, ese huir masivo, es algo que a mí me fascina -o me espanta, no lo sé con certeza- porque mi vida funciona exactamente al revés: yo vuelvo siempre a Madrid, a mi casa, cuando todos se van. Los que me leen de viejo ya lo saben, porque no es la primera vez que escribo sobre lo mismo. Y cuando vuelvo y no hay nadie, ni en el vecindario, ni en el barrio, ni en gran parte de la ciudad, Madrid me parece otra cosa, otro mundo, que nada tiene que ver con Baden-Baden, pero que llega a emocionar.
Para comprobar y sentir nuevamente lo que tantas veces he comprobado y sentido, esta tarde atravesé la ciudad, de punta a punta, ida y vuelta, a pie. Los barrios residenciales, como era de esperar, misteriosamente vacíos... Los alrededores de la Gran Vía, misteriosamente llenos, llenísimos, de gente... Pero de gente de fuera, llegada de todo el mundo, inadaptada, desconcertada, sonámbula, mal vestida, y sin embargo aparentemente feliz -una especie de Babel, y no de Baden-Baden, donde nadie se conoce ni se entiende, pero que acoge con tranquila indiferencia al gentío que busca la nada infinita.
Regresé sediento, algo cansado, queriendo más a Madrid y entendiéndola menos. ¿Cómo se puede querer tanto a una ciudad que tantos quieren tan poco -que está tan sobrada de contaminación, de tráfico, charlatanes, aceras estrechas, obras inacabadas, cagadas de perros, meadas de todo tipo, pintadas, ruido, basura, pedigüeños, anuncios estrambóticos, prostitución callejera, farmacias cerradas?
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