jueves, 10 de abril de 2008

BRUSELAS

Duda secular sobre el ser o no ser. Experimento histórico sobre la compatibilidad, o no, entre la Fuerza y el Derecho. OTAN y Democracia. Capital estropeada, apática, de un continente viejo que va curando poco a poco, con euros y legiones de intérpretes, sus propias heridas.

El Manneken Pis no ha dejado de orinar. La impresionante torre del ayuntamiento sigue torcida. La Maison des Ducs de Brabant sigue acojonando a los turistas desprevenidos con su arrogante fachada dorada. Las Galeries St-Hubert siguen vendiendo emociones antiguas, que me obligan a recordar que allí mismo fui feliz cuando aquella madrugada perdida en el tiempo se hizo diluvio.

En Bruselas, muchas cosas grandes y bellas -o no- siguen vivas para que sigamos creyendo que ser europeos no es, ni ha sido nunca, una broma.

Pero resulta que Henri Le Boeuf (mecenas) y Victor Horta (genial arquitecto, pionero del Modernismo) se encontraron con un grandísimo problema, allá por los años veinte del siglo pasado, a la hora de levantar el Palais des Beaux-Arts: tenían que construirlo en una ladera, y la altura del edificio tapaba la vista de la ciudad a quienes quisieran contemplarla desde el Palais Royal... La solución la encontraron después de modificar el proyecto seis veces, a lo largo de siete años interminables.

Si Le Boeuf y Horta resucitaran ahora, volverían a caer tiesos al instante. Pues su amada Bruselas se llenó de aberraciones arquitectónicas, de todas las alturas y perfiles, que en muchos casos parecen pensadas para agredir a la monumental herencia estética parida por tantos sueños grandes, y a veces violentos.

Lo que quiero decir es que Bruselas sigue existiendo, pero metida en un feo traje de faena que le rebaja la autoestima. Bruselas dejó de quererse a sí misma.

Ahora, las rotas y sucias calles de Bruselas son ríos de manifestantes: sindicalistas que se manifiestan contra el daño que les causa el progreso acelerado; negros silenciosos, vestidos de negro, portando antorchas, que se manifiestan como si regresaran a la pesadilla del Congo belga; estudiantes que se manifiestan contra su ignorancia endémica; turistas pobres que se manifiestan en grupo, como las ovejas, en busca de alguna identidad que les sirva de pasto existencial...

Bruselas, repito, viene a ser algo así como la doble capital de un país que no quiere ser Bélgica, y de un continente que pretende ser Europa. Un lío.

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