martes, 1 de abril de 2008

LA PORTAVOZ

Hay algo en los discursos de Mariano Rajoy que nos llama la atención a los profesionales que tenemos alguna experiencia en asesorar políticos, partidos, parlamentos, gobernantes o gobiernos: el uso descarado, incontenible, de la primera persona -el yo propongo, yo digo, yo voy, yo estoy, yo quiero, yo tengo... Es como si el Partido Popular fuese él, sólo él, y nada más que él. Y no se trata, no, de una simple forma de decir. Es toda una forma de estar y de pensar. Y quien lo dude, que preste atención a su empeño en dejar bien claro que él no se reelige para presidir el partido, sino para llegar a La Moncloa, que es cosa distinta.

Si no se tiene en cuenta ese detalle, es muy difícil entender que don Mariano haya convertido a Soraya Sáenz de Santamaría en portavoz parlamentaria. Lo que él espera de su brazo derecho no es la mejor defensa de los intereses de media España, ni el fortalecimiento del PP como partido, ni la mayor dignidad del hemiciclo. Espera, sencillamente, la total resonancia de sí mismo.

Por eso se ha saltado a la torera la lógica de la inteligencia, de la experiencia, de la solidez intelectual, de la organización, de las aspiraciones legítimas, de los méritos acumulados por tantos, en décadas de estar y de no ser. Él -entiéndanlo- no está para liderar y perfeccionar la Oposición. A él le mortifica la idea de presidir su propio partido. Lo suyo es ser candidato a La Moncloa. Se queda y se reelige para eso: para hacer su campaña, durante cuatro años, con su equipo.

El estropicio puede ser enorme, porque en política no es lo mismo el triunfo personal que el éxito colectivo. La derecha puede ahogarse de nuevo en sus propias pasiones. La idea de que una cara joven y bonita vale más que mil vidas hechas y derechas, no puede acabar bien, porque además de injusta es disparatada.

Y yo lo siento. Lo siento por Soraya, que al fin y al cabo es mi vecina, y por eso sé que todavía sueña en su casa nueva, engalanada con macetas con arbolitos a ambos lados de la puerta, y felpudo redondo como una pizza en el rellano.

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