martes, 10 de noviembre de 2009

UNA PESADILLA


Muchos extranjeros siguen sin saberlo: no saben que el rey Juan Carlos I nunca vivió, ni vive, en el Palacio Real de Madrid. Les cuesta trabajo entender que el monarca no viva donde la Corona sí vive recepciones, actos oficiales, ceremonias de Estado. Se sorprenden cuando descubren que no fue Alfonso XIII, sino Manuel Azaña, el último inquilino que allí vivió con pensión completa... Que Juan Carlos I viva en La Zarzuela, como vive, en las afueras de Madrid, a mí me parece una prueba de inteligencia, más que de prudencia o de humildad... Vivir en el Palacio Real, además de disparatado, sería como vivir en una pesadilla. Pues aquel caserón (el palacio real más grande de Europa Occidental) tiene 135.000 m2 y 3.418 habitaciones... ¿Cómo ser humano -cómo no perder la cabeza- sintiéndose insignificante, o dios, andando todos los días, y a todas horas, por aquellas escaleras, por aquellos salones, por aquellos jardines? ¿Cómo criar hijos mentalmente sanos entre aquel tesoro de muebles, relojes, porcelanas, tapices, armas? ¿Cómo creer en la misericordia divina rezando en aquella capilla? ¿Cómo ser justo y respetable manteniendo mudos los cinco violines de la Colección Stradivarius? ¿Cómo mirar de frente al pueblo inculto y miserable, ingenuo y charlatán, después de ver noche y día a El Greco, Rubens, Caravaggio, Velázquez, Goya, Tiepolo? Juan Carlos I no podría dormir tranquilo en el Palacio Real, recordando que el Alcázar, que estuvo allí mismo hasta la Nochebuena de 1734, sucumbió a causa de un incendio originado en las habitaciones de un criado del pintor Jean Ranc. Ni podría vivir sin saber qué hacer con la proximidad de la Real Biblioteca: 300.000 obras impresas, 4.000 manuscritos, 3.000 obras musicales, 3.500 mapas, 200 grabados y dibujos, 2.000 monedas y medallas... ¿Y con la pintura? ¿Qué haría Juan Carlos I si no pudiera separarse, ni por un instante, de los muchos cuadros del Palacio Real? Fernando VII, que en su tiempo ya tuvo ese problema, y que además prefería decorar el palacio con papeles pintados y con candeleros, como en Francia, optó por decretar la fundación del Museo del Prado. ¡Creó el Museo, y, creándolo, se quitó de en medio la infinidad de cuadros que todavía siguen asombrando a los amantes de la pintura!

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