sábado, 5 de septiembre de 2009

5 DE SEPTIEMBRE

Fue el 5 de septiembre de 1962, hace hoy 47 años, cuando llegué en ese barco argentino, el viejo Alberto Dodero, al puerto de Santos. El día 4 habíamos hecho escala en Río de Janeiro. La bahía de Guanabara era más bella que todos los paraísos que yo había soñado. Los muelles santistas, en cambio, concebidos para el tráfico de mercancías y no de personas, me asustaron. Tuve la impresión de estar llegando a un lugar que se preparaba para repetir la guerra que ya habíamos olvidado. Subir la sierra por la espectacular Vía Anchieta me sobrecogió. Pues no esperaba un contraste tan fuerte entre la avanzada ingeniería y la selva virgen. Descubrir la ciudad de São Paulo, hecha de contradicciones y esperanzas, fue como descubrirme a mí mismo. Sin São Paulo, yo nunca más puede ser yo en otras partes del mundo. No fui yo cuando tuve que alejarme. Y vuelvo a ser yo cuando compruebo que el espantoso hotelucho donde dormí aquel 5 de septiembre sigue existiendo, igualito, frente a la deteriorada Bibliteca Municipal, en la parte baja de la Rua da Consolação. Es verdad que todo lo demás mudó, para bien y para mal. Mudamos, porque mudó la existencia. Pero mudar no significa no ser, sino ser más. Yo soy más paulistano que nunca. Y São Paulo es, más que nunca, después de tantas lágrimas, mi ciudad amada. El problema no es ése. El problema está en que ahora también mudó la política. También mudaron los políticos. Y esos políticos nuevos me niegan la residencia permanente, porque ignoran que ya la tuve -que aquí tuve hijos y amores; que aquí dejé raíces profundas que medio mundo conoce... Por qué, Lula? Por qué negarme la felicidad, si soy quién soy?

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