lunes, 16 de febrero de 2009

GUADALAJARA

A la Guadalajara española, que se quedó medio parada en su antigüedad, tal vez por la proximidad demoledora de Madrid, suelo ir con alguna frecuencia. Voy a comer. A comer bien en uno de mis restaurantes preferidos, que allí se encuentra perdido en una calle sin gracia. Doy pequeños paseos a pie -la iglesia de San Ginés y el Palacio del Infantado, por ejemplo, ya me los sé de memoria-, y regreso en paz, sin la sensación de haber dejado alguna cosa en el camino.

Curioso: voy, vengo, y es como si no fuera ni viniera. Y lo mismo le sucede a este blog, que habla más bien poco de la Guadalajara de Castilla-La Mancha, y que no es leído por ella, o es leído en contadas ocasiones. Mantenemos una distancia que podría ser amor, pero que no pasa de las buenas maneras...

Por el contrario, en la Guadalajara mexicana jamás he estado, y sin embargo pienso mucho en ella, y de ella hablo siempre que puedo como si la conociera o fuera mía. ¿No es extraño?

Tan extraño es, que he llegado a comprobar que en la capital de Jalisco hay gente que también piensa en mí, y que lee mucho este blog. ¿Por qué lo leerán? ¿Qué puede haber en mis mal trazadas líneas, a veces sin pies ni cabeza, que pueda interesar a unos mexicanos atentos que nunca me han visto? ¿En el ciberespacio hay, por casualidad, esquinas invisibles donde los mortales coincidimos, o tropezamos, sin ser y sin estar?

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