domingo, 1 de febrero de 2009

SANTA MARIA MAGGIORE

He vuelto a mi plaza querida -Piazza di Santa Maria Maggiore- solamente para recordar que en un dia lejano llegué a soñar con Europa. Roma es eterna porque no cambia. La ventana del que fue mi despacho estaba cerrada. Pero cuando yo la abría, en aquel entonces, podía ver desde lo alto, como de tú a Tú, la imagen de la Virgen encaramada en la columna mariana que sigue allí, intacta, desde 1614. La fachada de la Basílica, por fin, está limpia como en los tiempos de su autor, Ferdinando Fuga. Y la estatua de nuestro Felipe IV, obra de Bernini, no ha perdido su arrogancia de bronce, que confunde todavía a los españolitos ignorantes que siguen diciendo que fueron los Reyes Católicos los que regalaron el oro inca que da esplendor al acojonante techo renacentista del templo maravilloso, cuando lo cierto es que el desgraciado imperio de las Américas fue conquistado durante el reinado de Carlos I.

Me emocioné, qué quieren que les diga, con la belleza y con la leyenda, con el recuerdo, con la vida no vivida, y le di la vuelta a la Basílica, hasta llegar a la contigua Piazza dell'Esquilino. Y me senté en la escalinata curva del ábside, a contemplar, como quien contempla el pasado más lejano, el Obelisco que dicen que vino de Egipto. Y digo que dicen, porque no tiene inscripciones que den señales del origen exacto.

¿Qué hacer entonces, después de tanta Historia, tanto sentimiento y tanta contemplación? ¿Seguir por la Via De Pretis, y por la Via Sistina, hasta la Piazza di Spagna? ¿O sería bueno doblar allá abajo hacia la Via Veneto? ¿O valdría la pena otro paseo, que me llevara por la izquierda hasta la Piazza Venezia y hasta San Pietro?

En la duda me encontraba, cuando, como si viniera de la Estazione Termini, apareció un autobús de la empresa Juliá, con matrícula de Barcelona, que fue a parar junto al hotelito que hay en la esquina de la Via Cavour. ¡Un autobús español, cargadito de turistas bulliciosos, que yo supe enseguida que eran canarios! ¡Una rondalla típica canaria, con sus timples y guitarras, en la colina donde sucedió aquel milagro de la intensa nevada, en el caluroso 5 de agosto del año 358! ¡Y se pusieron a tocar y a cantar, a coro, a todo volumen, Esta noche no alumbra / la farola del mar / esta noche no alumbra / porque no tiene gas, exactamente donde estuvo el templo pagano de Cibeles!

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