viernes, 30 de enero de 2009

CARTA A GALLARDÓN


Alcalde:

Resulta, como usted debe de saber por los espías del PP, que Soraya Sáenz de Santamaría es mi vecina. Así de claro. Los dos vivimos en aquella colonia que todavía, por su lado más noble y romántico, tiene algo de paraíso perdido: chalecitos de antes de la Guerra, un parque histórico, vegetación abundante, pavos reales, gente de renombre, una infanta, varios colegios y guarderías, y muchos, muchos, muchos niños, gracias a Dios, por las mañanas. Una delicia, la verdad. Pero en Madrid nada es perfecto del todo, y en el barrio céntrico, y sin embargo envidiable, también tenemos un problema: a efectos prácticos, para llegar a nuestras calles apartaditas y a nuestras casas más o menos disimuladas, sólo hay una vía de entrada y otra vía de salida. Y Soraya -mire usted qué pena- vive ahí, en la de salida, subiendo, a la izquierda, donde, en las horas en que abren y cierran los colegios, el tráfico es tan intenso y estridente como en la calle de Alcalá, sin ir más lejos, porque no hace falta. Y llego, con su permiso, respetuosamente, al motivo que motiva esta carta:

Soraya sale a trabajar, o a retratarse para El Mundo, o a lo que sea, justo justito cuando el tráfico más se disparata, por la llegada de la muchachada a los mentados centros de enseñanza. Y el coche de lujo que la espera, con frecuencia no tiene donde aparcar. Y el segundo coche -el de los guardaespaldas que la siguen a todas partes- ni siquiera intenta el aparcamiento. Como resultado, uno, o los dos vehículos, acaban ocupando, mientras sale o no sale la portavoz, una entrada particular, perpendicular, donde residen cuatro familias que también son hijas del Señor, y que también necesitan salir para ir a sus quehaceres... ¿Me sigue, alcalde mío? Le estoy diciendo que, en el mejor de los casos, los coches que sirven a la diputada taponan la salida de los coches de votantes anónimos, en el momento más inoportuno. Lo que -comprenda- ni es de recibo ni es muy político. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que, de repente, cuando les llega la señal de "vamos", el coche más lustroso avanza como una flecha, y va a pararse en medio de la calle, mientras el otro, el embarrado, se atraviesa en el mismísimo asfalto, interrumpiendo por la fuerza, provocativamente, la nutrida circulación de otros coches, camiones, autobuses, carritos, motos, bicicletas, institutrices, hasta que la Señora se deshaga de los escalones, de su despeinado, de los paquetes, abrigos, bufandas, tropezones, adioses... Suelen ser unos minutos interminables y tensos, dramatizados por mil bocinas, gritos, maldiciones, en los que puede pasar cualquier cosa, y en los que, cualquier día, podrá suceder una desgracia... Como lo oye. Y no le digo más, porque la cosa está más clara que el agua cristalina, y porque la solución sería fácil, si usted estuviera por la labor y del lado de acá: unas rayas amarillas, de aparcamiento reservado, y, por qué no, un guardia con correajes y gorra de plato. ¿O es -pregunto- que la Niña de Rajoy no merece lo que sí disfruta cualquier chupatintas de Esperanza Aguirre o del propio Ayuntamiento?

Que Dios guarde a Vd. muchos años.
A. (de Alejo) Guanapay

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