miércoles, 7 de enero de 2009

LA INSULARIDAD

Fueron los políticos de escaso vuelo los que empezaron a usar una palabra que en realidad no existe -insularismo- para referirse a las ideas y a los propósitos nacionalistas, excluyentes, separatistas, de algunos isleños alucinados. Pero la palabra insularidad -que sí existe- significa casi lo contrario. Significa aislamiento, con independencia de cualquier deseo o voluntad.

El aislamiento, o la insularidad, o -hablando en plata- la simple cualidad de insular, no es una entelequia política o filosófica. Es un hecho evidente, físico, geográfico, y hasta psicológico, que condiciona la vida y la personalidad de mucha gente, en muchas islas de este mundo redondo. No es lo mismo nacer y crecer en una isla que nacer y crecer en un continente. En la isla, el mar estrecha y dificulta la existencia. En el continente, la existencia se ensancha y facilita con la amplitud de la tierra firme. La diferencia viene a ser como la que hay entre andar por la cuerda floja, como un equilibrista, y andar por calles y plazas, como un peatón despreocupado. El equilibrista se juega la vida en cada paso que da. El peatón puede dar mil vueltas, sin problemas, para llegar al mismo sitio.

Tal vez por eso, o seguramente por eso, los isleños suelen ser más intuitivos y susceptibles. De tanto andar por peligros y amenazas -por el aislamiento continuado-, adivinan lo bueno y lo malo con más facilidad. Las cosas más pequeñas les parecen grandes. Se sienten heridos, u ofendidos, por cualquier brisa inesperada.

De ahí nacen casi todas las tensiones que sorprenden a los continentales cuando, creyendo que las islas son paraísos, encuentran en ellas a perfectos infiernos concentrados. Y de ahí nace también el verdadero mal de la insularidad: el que sufren los propios isleños al darse cuenta de que están cercados por la nada líquida; de que el coche más potente sólo les sirve para recorrer pocos kilómetros; de que ir de una isla a otra es tan complicado y caro como ir de un continente a otro; de que el mundo está "lejos"; de que todo es importado; de que todo se repite, porque no hay más que lo que hay.

Ese mal, esa sensación de estar atrapados, impedidos, enjaulados, es algo que crece y se retuerce en su propia salsa. No se atenúa con el tiempo. Se agranda y se agrava. Personas que en su juventud parecían fuertes y adaptadas se van llenando de debilidad y de amargura; otras acaparan bienes mundanos para compensar la insatisfacción de vivir "en un pañuelo"; otras se hacen ruines para vengarse de la frustración; muchas se enferman de enfermedades reales o imaginadas; casi todas acaban sufriendo una especie de resignación forzada, que se alimenta de la certeza tardía de que la vida plena nunca fue posible...

La insularidad, al fin y al cabo, no es otra cosa que una forma de desencuentro general, agudo, e irremediable.

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Estos comentarios se los dedico
al ingeniero José F. Belda, que
sabe de insularidad mucho m
ás que yo:


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