martes, 23 de diciembre de 2008

ISLA DE GORÈE

Huyendo de los disparates de la Navidad, que me desesperan, he venido a parar a este humilde y soleado paraíso turístico, pintado y repintado de mil colores inocentes:

En realidad, la Isla de Gorèe, que sólo tiene 17 hectáreas de superficie, no es una isla sino un islote, anclado en aguas del Atlántico, a unos tres kilómetros de Dakar, la capital de Senegal. En 1978, este pedacito de tierra fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y quiero que mis lectores sepan por qué, si no lo saben ya:

Gorèe fue descubierta por portugueses en 1444. Y, bajo bandera portuguesa, antes de que llegaran los franceses, aquí se construyó en 1536 una primera Casa de Esclavos, que no es la que aparece en la foto. Ésta, históricamente más importante, conservada como museo por la UNESCO, la construyó un holandés en 1776, para dar continuidad, a lo grande, al espantoso comercio de seres humanos -¡más de veinte millones!- que durante tres siglos fueron a parar a Estados Unidos, al Caribe, a Brasil, cuando no eran arrojados al mar, como basura, por muerte o enfermedad, o por castigo, durante la travesía...

Todavía hoy, visitando esa Casa de Esclavos de la foto, uno se horroriza. En la inquietante terraza de arriba, los traficantes cerraban sus acuerdos de compra-venta. Las escalinatas curvas servían de pasarelas para exponer y ofrecer la mercancía viva: las mujeres valían más que los hombres, dependiendo de la salud, de los pechos y de la dentadura; los niños ni siquiera tenían nombre propio; los hombres debían pesar más de 60 kilos... Los seleccionados y vendidos eran conducidos por el túnel oscuro de abajo -"El lugar de donde no se regresa"- hacia el infierno. La estrecha puerta del fondo, que daba y da al mar, era así, estrecha, para que, como en las plazas de toros, o como en los mataderos, los cuerpos no se amontonaran, creando problemas y peligro, y tuvieran que pasar de uno en uno, brutalmente controlados...

Ya en la playa, los esclavos eran transportados en botes, como si fuesen sacos de arena contaminada, hasta los barcos negreros que se los llevarían para siempre, apretados en las bodegas inmundas como sardinas en lata. Terrible.

Pero más terrible es la lección que he aprendido, sin querer, en estas vísperas de Navidad: en el siglo XXI, Tercer Milenio, sigue habiendo "exportación" de esclavos. Y las diferencias de ayer a hoy, en ese tráfico de seres humanos, después de tantísimos años, no han sido para mejor, en ningún sentido. Ahora son los propios africanos los que se van al infierno por iniciativa propia, aunque iniciativa y voluntad no sean la misma cosa. Ahora se siguen yendo desde donde se iban -desde la misma Gorèe, o desde muy cerca de aquí. Ahora no se van por puertas estrechas, sino por un litoral inmenso, abierto a los cuatro vientos y al mar de siempre. Ahora no se llevan a los más "salvajes", sino que se marchan los más y mejor preparados. Ahora no se van en pesados barcos negreros, que conseguían llegar a América, sino en frágiles cayucos que se hunden antes de llegar a Canarias... Este mundo, y la historia de este mundo, son una vergüenza.

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