lunes, 8 de diciembre de 2008

STEFAN ZWEIG

Sin saber que yo ya la tenía, un amigo me manda una fotografía de la Casa de Stefan Zweig, de Petrópolis ("Si el paraíso existe en algún lado del planeta, no podría estar lejos de aquí"). Y la foto me empuja, por algún motivo, por enésima vez, a releer El mundo de ayer, la autobiografía que el propio autor no llegó a ver publicada, porque se publicó en 1944, dos años después de que él y su segunda esposa, Charlotte Elisabeth Altmann, se suicidaran de aquella manera tan espantosa, atormentados por la creencia de que el nazismo se extendería por los cinco continentes:

"Escribo en plena guerra, en el extranjero y sin nada que ayude a mi memoria. En mi habitación de hotel, no dispongo de un solo ejemplar de mis libros, ni de apuntes, ni de una carta de amigo. No puedo ir a buscar información a ninguna parte porque la censura ha interrumpido o ha puesto trabas a la correspondencia en todo el mundo."

"Para mí, el axioma de Emerson, según el cual los buenos libros sustituyen a la mejor universidad, no ha perdido vigencia, y sigo convencido hasta hoy de que se puede llegar a ser un extraordinario filósofo, historiador, filólogo, jurista y cualquier otra cosa sin tener que ir a la universidad, ni siquiera al instituto."

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La guerra del 39 tenía un cariz ideológico, se trataba de la libertad, de la preservación de un bien moral; y luchar por una idea hace al hombre duro y decidido. La guerra del 14, en cambio, no sabía de realidades, servía todavía a una ilusión, al sueño de un mundo mejor, justo y en paz. Y sólo la ilusión, no el saber, hace al hombre feliz."

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La gente pudo volver a comer hasta la saciedad, a sentarse ante el escritorio sin ser molestado, no hubo saqueos ni revolución. La gente vivía, sentía correr la sangre por sus venas. Mirándolo bien, ¿no era una buena ocasión para volver a experimentar el placer de los años jóvenes y marcharse lejos?"

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Ni la Roma de Suetonio había conocido unas orgías tales como lo fueron los bailes de travestíes de Berlín, donde centenares de hombres vestidos de mujeres y de mujeres vestidas de hombres bailaban ante la mirada benévola de la policía."

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Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época. Por esa razón no recuerdo cuándo oí por primera vez el nombre de Adolf Hitler."

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Una impresión no menos importante, una promesa no menor, supuso para mí Brasil, este país generosamente dotado por la naturaleza de la ciudad más bella del mundo, este país con un espacio inmenso que ni los ferrocarriles ni las carreteras, ni siquiera los aviones, podían recorrer todavía de cabo a rabo. Aquí el pasado se ha conservado con más esmero que en la misma Europa; aquí, el embrutecimiento que trajo consigo la Primera Guerra Mundial no ha penetrado todavía en las costumbres, en el espíritu de las naciones; aquí los hombres viven más pacífica y educadamente que entre nosotros, menos hostil que entre nosotros es el trato entre las diferentes razas; aquí el hombre no ha sido separado del hombre por absurdas teorías de sangre, raza y origen; se tenía el singular presentimiento de que aquí todavía se podía vivir en paz; aquí el espacio, por cuya mínima partícula luchaban los estados de Europa y lloriqueaban los políticos, estaba preparado, en una abundancia inconmesurable, para recibir el futuro; aquí la tierra esperaba todavía al hombre para que la utilizara y la llenara con su presencia; aquí se podía continuar y desarrollar en nuevas y grandiosas formas la civilización que Europa había creado. Con ojos felices ante las mil formas de la belleza de aquella nueva naturaleza, vi el futuro."

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Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad."


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