sábado, 29 de noviembre de 2008

PAÍSES EMERGENTES

Llegamos a creer que eran el mundo nuevo -la esperanza creciente. Y se inventó hasta una sigla, BRIC, para no tener que repetir una y otra vez, por extenso, los nombres de los cuatro colosos: Brasil, Rusia, India y China.

Pero llegaron los atentados de esta semana, en Bombay, y con ellos -creo yo- la necesidad de revisar los sueños infundados. La perfección, sincronía y brutalidad de esos atentados convierten en cosa secundaria los constantes sobresaltos, con sangre o sin ella, que la India viene padeciendo desde su independencia. Ahora hay que reconocer que hay zonas del mundo donde la civilización y el progreso sencillamente están en peligro, por no decir que resultan imposibles. Si los países emergentes no emergen, la historia puede estar retrocediendo.

La profundidad de la cuestión no permite, en una nota como esta, ir más allá del pánico difuso. Pero podemos tantear los elementos esenciales:

Si en un país como la India, inmenso, democrático, con tanta vitalidad pese a sus carencias extremas, el terror no amaina sino que aumenta constantemente, es que nadie está a salvo. La dimensión geográfica, demográfica y económica no es garantía de nada, si puede ser amenazada y herida por un grupito de asesinos que matan por matar.

No estamos hablando de terrorismo, sino de emerger o no emerger. Y en ese enfoque, la China tampoco ofrece garantías de futuro. ¿Futuro sin libertad, sin democracia? ¿Un futuro con dos tercios de la población viviendo en la Edad Media y un tercio viviendo en el siglo XXII?

Rusia... En Rusia, la herencia zarista, mezclada con la comunista, mezclada con la injerencia religiosa, mezclada con un cierto complejo de inferioridad, mezclada con la histórica incapacidad democrática, se convirtió en una democracia de opereta, asentada en la corrupción y el chantaje. ¿Eso es emerger?

La excepción sería Brasil. Brasil mantiene con orgullo el milagro de su unidad territorial, cultural, económica y política, pese a sus inmensos vacíos demográficos y a sus disparatadas concentraciones urbanas. En Brasil hay una democracia real, efectiva, plena, aunque haya clamorosas desigualdades sociales. En ocho millones y medio de kilómetros cuadrados conviven en paz los hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de todas las razas llegadas de todos los confines de la Tierra. Allí, nadie mata, ni mataría, por odio racial o para excluir al diferente. La delincuencia, que existe y no es poca, es una simple manera, aunque brutal, de buscar una mayor integración -de aproximarse al visible y atractivo bienestar. Por eso, y por sus riquezas naturales, el Brasil es imparable como potencia emergente. Su progreso, único, atípico, está emparentado con la alegría y la tolerancia -con la ausencia de amargura y de resentimiento.

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