viernes, 14 de noviembre de 2008

ABUELOS

A ti, abuelo Antonio, no te conocí.
Pero sé, siempre supe, cómo eras.
Eras como eres en las fotos que guardo.
Eras severo, malhumorado y puntual.
Algunos dicen que me parezco a ti.
Tal vez por lo exigente y meticuloso.
Pero tú hablabas latín mejor que yo.
Y también cantabas mejor que yo.
Le cantabas a Dios y a todos los santos.
Mezclabas la música con la salvación.
Tu elegancia era una forma de respeto.
Tu muerte no fue porque fueras viejo.
Fue porque las vidas eran así, pequeñas.
Porque los días y los años eran enormes.
Porque todo cabía en un tiempo escaso.

A ti, abuela Maloles, te recuerdo mal.
Te recuerdo como una lejana pesadilla.
Te recuerdo de espaldas, vestida de negro.
O no tenías cara, o no querías verme.
O querías evitar que yo viese tu locura.
Tu cuarto era oscuro como el mar cercano.
Era un cuarto vacío, sin muebles, sin nada.
¿Dónde dormías, abuela, si no tenías cama?
Nunca pude aclarar aquel misterio mudo.
Y acabé creyendo que los locos no duermen.
Que hay que tenerles un miedo constante.
Sin dormir, la locura no consigue descansar.
Y si no descansa, siempre está al acecho.
Siempre puede hacer un daño inesperado.
A quien la padece, y a quien la vea de cerca.

A ti, abuelo Pedro, nunca nunca te olvidé.
Para mí, te sigues pareciendo a Gary Cooper.
Sigues aquí, a mi lado, contándome mentiras.
Me sigues queriendo como nadie más me quiso.
Y yo te quiero todavía, como te quise siempre.
De ti guardo mil recuerdos llenos de vida.
Llenos de ti, porque tú eras la vida misma.
Sabías de todo, sin haber ido a la escuela.
Siendo analfabeto, hablabas con perfección.
No teniendo mucho que contar, entretenías.
Nadie contó mejor que tú tu guerra de Cuba.
Me la contaste mil veces, y nunca era igual.
Pero un día triste, gris, nos separamos llorando.
Para ti, la felicidad eran el campo y la camella.
Para mí, ser feliz era emigrar, y emigré sin rumbo.

A ti, abuela Mandrea, ¿te iba yo a olvidar?
No eras cariñosa, pero sí mandona y eficaz.
Sin ti, la familia no hubiera soportado lo peor.
Soportamos las consecuencias de la guerra.
Mantuvimos con dignidad las apariencias.
El cómo, aquí, ahora, no es lo importante.
Lo que importa es que comimos más o menos.
Tuvimos cereales, papas, leche, queso, huevos.
Solamente nos faltaba aceite. Azúcar. Fósforos.
La ropa salía de los roperos del siglo olvidado.
Pero una vida tan estrecha llegaba a cansar.
Y a ti -quién lo diría- te cansó el sacrificio.
Llegó un día luminoso en que parecías otra.
En que parecías más fuerte y viva que nunca.
En que, decidida, cerraste tus ojos para siempre.

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