CAYUCOS
Y, mientras tanto, los cayucos cargados de moribundos no paran de llegar a las costas canarias y andaluzas. Moribundos africanos que, huyendo de su propia realidad, se juegan la poca vida que les queda para encontrar, cuando no mueren por completo en la travesía, la más terrible de las decepciones.
¿Por qué? ¿Por qué huyen en cayucos, de esa forma tan cruel, si es mucho más barato, e infinitamente más cómodo, viajar en avión o en barcos decentes?
Viajan como viajan porque no son respetados ni tratados como seres humanos. Porque no tienen, como usted o como yo, derecho a tener un pasaporte o a comprar un simple billete común.
Lo que quiero decir es que el mal no está en la llegada. Está, más bien, en la partida. De poco sirve presionar a los gobernantes democráticos europeos, si no se presiona a los corruptos mandatarios africanos. Un simple transeúnte europeo, o un enfermero caritativo, no puede hacer más por los que llegan que un embajador africano que aquí resida. O lo decimos claro, o el círculo vicioso no tendrá fin.
Piensen: ¿Ha visto alguien, alguna vez, a un diplomático africano socorriendo a un inmigrante compatriota suyo, vivo o muerto?
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