SACRÉ-COEUR
La basílica, como todo el mundo sabe, está en lo alto de Montmartre. Y a mí, cuando subo por aquella espectacular escalinata, me produce unos cuantos sentimientos encontrados. Por un lado, no consigo olvidar los motivos de su existencia: rendir homenaje a la memoria de los franceses muertos en la guerra franco-prusiana, y expiar los pecados cometidos por la comuna. Por otro, me maravilla su blancura, que se debe a una piedra que, a más lluvia, se hace más blanca. Por otro, me desagradan un poco sus dimensiones agresivas, pedantes, y su estilo, que no es románico ni es bizantino, ni deja de serlo. Por otro, no soporto la fascinación que despierta en los turistas bulliciosos.
Si subo una y otra vez a Montmartre (que Paul Abadie me perdone) no es para recrearme viendo de cerca el Sacré-Coeur. Es para darme la vuelta, allá arriba, y ver a París desde lo alto. ¡París! París existe, y mientras exista yo seguiré creyendo que los humanos no somos simples animales de dos patas.
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