viernes, 21 de noviembre de 2008

SACRÉ-COEUR

Paul Abadie debía de haberse llamado Paul Abadía (o Abbaye, en francés) para que su nombre coincidiera más y mejor con su oficio. Pues se hizo famoso restaurando iglesias y catedrales, hasta llegar, en 1870, a sustituir a Viollet-le-Duc como arquitecto diocesano de París, y a ganar, después, el concurso para la construcción de la basílica del Sagrado Corazón de Jesús.

La basílica, como todo el mundo sabe, está en lo alto de Montmartre. Y a mí, cuando subo por aquella espectacular escalinata, me produce unos cuantos sentimientos encontrados. Por un lado, no consigo olvidar los motivos de su existencia: rendir homenaje a la memoria de los franceses muertos en la guerra franco-prusiana, y expiar los pecados cometidos por la comuna. Por otro, me maravilla su blancura, que se debe a una piedra que, a más lluvia, se hace más blanca. Por otro, me desagradan un poco sus dimensiones agresivas, pedantes, y su estilo, que no es románico ni es bizantino, ni deja de serlo. Por otro, no soporto la fascinación que despierta en los turistas bulliciosos.

Si subo una y otra vez a Montmartre (que Paul Abadie me perdone) no es para recrearme viendo de cerca el Sacré-Coeur. Es para darme la vuelta, allá arriba, y ver a París desde lo alto. ¡París! París existe, y mientras exista yo seguiré creyendo que los humanos no somos simples animales de dos patas.

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