miércoles, 1 de octubre de 2008

SER Y ESTAR

Si El Pirulí se cayera hacia el norte, hacia allá, podría matarme. Pues, con certeza, su parte más alta aplastaría mi casa, que está felizmente agazapada detrás de esa primera muralla de edificios convencionales, y a escasa distancia de la columna sobresaliente.

Y si se cayera y no me matara, me dejaría sin saber quién soy y dónde estoy. Pues, como todo el mundo sabe, estamos en un mundo sin referencias -sin asideros vitales. En esta bola podrida y azul en que vivimos, la monotonía -que algunos llaman igualdad y otros globalización- es cada día más evidente y desconcertante: las ciudades, las calles, las casas, los aeropuertos, los refrescos, las mujeres, los colchones, las noticias, la ropa, la comida, las ventanas, las llaves, y hasta los crímenes, no se diferencian en nada de un lugar para otro.

Sin la Estatua de la Libertad, sin la Torre Eiffel, sin el Cristo Redentor, es cada vez más difícil saber cuándo estamos en Nueva York, en París o en Río de Janeiro... Sin El Pirulí yo tendría mucha dificultad para saber cuándo estoy y cuándo no estoy en Madrid. No podría decirle, ni a los taxistas ni a nadie, con la facilidad de ahora, dónde vivo. No podría ver y sentir, desde los aviones, de madrugada, la localización exacta de mi terraza y de mi parque querido.

Pero además, sin El Pirulí, yo sentiría que España y los españoles están muy lejos de mí. Y ahora no. Ahora, todo lo que sale de bueno y de malo por la televisión me parece cosa vecinal. Pues sale por las antenas que tengo al lado...

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