miércoles, 30 de julio de 2008

RIO DE JANEIRO

Se llama así, Río de Enero, porque el Día de Año Nuevo de 1502 el navegante Gaspar de Lemos encontró, con su barco y su tripulación, una extraña bahía, casi cerrada, que le pareció la desembocadura de un gran río... Era la bahía de Guanabara, deslumbrante, tropical e irrepetible. Pero el marino portugués, tal vez castellano de León, se dejó llevar por la saudade y quiso ver otra cosa: vio algo que para él se parecía al Mar de la Paja, donde desembocaba el río Tajo para bañar Lisboa antes de llegar al Atlántico abierto... Sólo tenía que encontrar al hermano americano del Tejo -al río de enero- para que el sueño se hiciera realidad. Y lo buscó. Y no lo encontró. No había río, por ninguna parte, que pudiera alimentar un segundo Mar da Palha.

Hay que prestar un poco de atención para darse cuenta de la incongruencia: Gaspar de Lemos le puso el nombre de Rio de Janeiro a algo que no existía; no había río; no había nada parecido a un pueblo o ciudad; la bahía siguió llamándose de otra manera, sin dejarse impresionar por los caprichos etimológicos de los conquistadores. Las tres palabras, Rio de Janeiro, se quedaron en el aire, más como idea, como inspiración, que como significado.

Sin embargo, 63 años después, el día uno de marzo de 1565, Estácio de Sá llamaría São Sebastião do Rio de Janeiro a la ciudad que fundó para que fuese el Rio de Janeiro que ahora conocemos. ¿Por qué río de enero si ya era marzo? ¿Por qué soñar un sueño tan grande reiterando lo que nunca había existido?

Ni los misterios, ni las contradicciones, ni la fascinación de Rio de Janeiro tienen fin. He vivido dos tercios de mi vida intentando encontrar los elementos esenciales que componen la verdad de la Ciudad Maravillosa, y todavía navego en la perplejidad. Sigo navegando en una emoción que me confunde, como si fuese un Gaspar de Lemos moderno, desde el día en que llegué, en el Alberto Dodero, a una bahía de Guanabara que salía de las brumas del amanecer, con el Pan de Azúcar y el Corcovado a babor y la fortaleza de Santa Cruz a estribor. Entonces escribí en mi diario: "Había visto Orfeo Negro tantas veces, que desembarcar en la Ciudad Maravillosa me pareció la cosa más natural del mundo. La realidad no me sorprendió por ser como es, sino porque es más espectacular que la ficción. Si en Barcelona, para conocer España, sólo había que visitar el Pueblo Español, en Rio de Janeiro, para conocer el mundo, sólo hay que ir del cais del puerto a Copacabana. Toda la belleza, todas las miserias, todas las razas, toda la música, toda la arquitectura, todo el lujo, toda la cultura, todas las lenguas, todas las épocas, todo lo bueno y lo malo, todo lo que en el mundo es mundo, está resumido en la ciudad más bonita del mundo".

Pero ahora, cuando julio de 2008 se acaba, me encuentro con que el cineasta José Padilha parece decir otra cosa. Dice él que su película, Tropa de Élite, habla de la incompatibilidad entre los distintos grupos sociales: los policías convencionales creen que corromperse es lo normal -que subir a las favelas para enfrentarse a los narcotraficantes es una idiotez; y los del BOPE, que son la élite, los que sí suben, y que no aceptan la corrupción, creen que los otros están fuera de la ley, como cualquier bandido...

Desde la planta 28ª del Othon Palace yo no consigo ver las cosas con tanta facilidad y sencillez. La palabra incompatibilidad me parece inadecuada. Si me apuran, soy capaz de decir lo contrario: de afirmar que lo que hay en los 159 barrios de esta ciudad es un exceso de compatibilidad. Aquí, ni siquiera hay periferia. Y no la hay, entre otras cosas, porque lo que llaman Centro no es lo más céntrico sino lo más antiguo. Cuando uno cree que está llegando a una zona deprimida de las afueras, siempre acaba encontrando, por un lado o por otro, una realidad llena de encanto y vitalidad... Nadie puede negar la radical compatibilidad que aquí existe, en un mismo espacio, entre los morros, los rascacielos, la vegetación y las playas... Las favelas, compatibles con el Cristo Redentor, como Él quieren ver y ser vistas, y por eso se encaraman en lo más alto, para disfrutar los paisajes más espectaculares... En Rio de Janeiro, ser blanco o negro, extranjero o brasileño, más afortunado o menos afortunado, no implica incompatibilidad sino simple y amable diferencia... Los elegantes, educados y competentes empleados que me atienden con tanto acierto en el hotel, seguramente son, en muchos casos, moradores de los cercanos morros de Pavão y Pavãozinho... No hay otro lugar en el mundo, que yo sepa, donde los humanos puedan sentirse tan compatibles con sus semejantes como en la Belleza, el Clima, el Fútbol, el Carnaval y las playas de Rio de Janeiro...

Reconozco, no obstante, que esa compatibilidad generalizada no es fruto de la casualidad ni de una forma extraterrestre de ser y de estar. Es, no lo niego, en alguna medida, el resultado de la corrupción y la violencia. La corrupción atenúa, de cierta manera, diluyéndolas, las desigualdades. La violencia integra, por la vía truculenta, a muchos marginados. El mundo no es perfecto ni en Rio de Janeiro.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio