domingo, 16 de diciembre de 2007

JOSEFINA

Hoy, casualmente 16 de diciembre de 2007, he vuelto a pasar por la calle del Arenal. Que se sigue llamando calle del Arenal, pero que ya no es aquella calle del Arenal donde nacieron y murieron los amores de la calle del Arenal... Ahora le pusieron un piso hipócrita, como si se tratara de una calle nueva de una urbanización de nuevos ricos. Y todo, de lado a lado, se llenó de gente alborotada y descompuesta, consumidora de cosas baratas y grasientas. Un espanto sin alma. Los comercios se dejaron influir por la estética de Benidorm: mucho plástico, cristalitos, cositas de poca monta. Como la farmacia. La farmacia sigue donde mismo estuvo siempre. Pero ya no es lo que era. Porque era, por dentro, como una catedral bella, tallada y antigua. Y ahora es como una cosa del cercano El Corte Inglés: tarritos amontonados, colocados para vender mucho, de prisa y corriendo, a una clientela que confunde los catarros con las pulmonías, los jaboncillos con el arte de vivir. Una pena. Sí, pena. Porque allí, en aquella farmacia, trabajaba Josefina, morena y discreta, culta y elegante, más graciosa que guapa. Y ya no trabaja. Se fue. Hace cincuenta años que se fue -que desapareció de aquel mostrador que parecía un altar, dejando para siempre el recuerdo imborrable que los transeúntes de ahora no recuerdan. Qué dolor. Dolor de no recordar lo que fue tan hermoso, tan dulce, tan emocionante, tan limpio... Tuvieron que pasar veinte años, para que Josefina apareciera de nuevo, vestida de señora madura, cuando España amaneció en Sábado Santo y el Partido Comunista fue cristianamente legalizado... Y volvieron a pasar otros veinte -todos calvos- para que el llanto fuera difícil de contener, en el desierto vital del Hotel Meliá... ¡Qué historia! Historia tremenda que nadie conoce. Que se apagó en el olor a desodorantes de la farmacia rehecha. Todo el mundo se olvidó de todo, en la olvidada calle del Arenal. Sólo yo, al pasar esta tarde por allí, volví a recordar el nombre y los apellidos aristocráticos, el rostro, la sonrisa, la delicadeza, de aquel ángel moreno que por amor renunció a vivir: que todavía vive en su penumbra de soledad, en la calle del General Varela, esperando que otros veinte años vuelvan a pasar.

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