viernes, 30 de noviembre de 2007

AVIONES


Aviones. Aviones. Aviones. Aviones... Aeropuertos. Aeropuertos. Aeropuertos. Aeropuertos... Taxis, muchos taxis, más taxis... Hoteles, casas, cortijos, apartamentos, cubículos, salas de espera... Restaurantes, cafeterías, bares, pizzas, bocadillos, agua con gas, nada... Aviones. Aviones. Aviones...

¿Hasta cuándo? ¿Qué he hecho yo, señoras y señores, para merecer tanto castigo? ¿Por qué tengo que vivir eternamente con la hora cambiada, con la ropa equivocada, con el sueño sin soñar, cenando en un continente y desayunando en otro? ¿Por qué sigo sin saber si debo vivir, o si vivo, donde el sol cae a plomo, o donde las sombras alargadas me llenan de tristeza?

Aviones. Aeropuertos. Aeropuertos repetidos, todos iguales, con las mismas tiendas de cosas caras e inútiles; con las mismas muchedumbres de gente empobrecida, mal vestida, peluda, sudada, incapaz de encontrar sin ayuda las puertas de embarque para Cochabamba, París, Río de Janeiro, Santiago de Compostela, Murcia, Buenos Aires, Roma, Manaos, Tokio...

Aviones con azafatas antiguas y cansadas. Aviones con pilotos automáticos y mortíferos sistemas de salvamento. Aviones con asientos estrechos, apretados, rotos, remendados, oliendo a vida malgastada; con retretes deprimentes salpicados de mierda, de vómitos, de orines, de sangre...

Aviones. Más aviones. Aviones que no salen cuando debieran ni llegan cuando los esperan. Aviones donde reparten alimentos de cartón. Aviones donde no dejan llevar tarritos de perfume. Aviones donde preguntan por escrito si uno es un delincuente...

Aeropuertos. Más aeropuertos. Aeropuertos donde hay que quitarse la ropa, el reloj, el cinturón; donde nos registran; donde la policía nos vigila, controla y asusta; donde las maletas se pierden; donde imperan el mal humor y la nostalgia... ¡Qué tiempos!

No. No lo soporto más. No soporto más esa locura. Y si no les importa, me mando a mudar. Que se vaya todo al carajo. Porque yo me voy, ahora sí, está en Internet, para el paraíso: para el Hotel-Fazenda Reviver, allá lejos, lejísimo, en medio de la floresta donde se esconden los atardeceres: ¡Araçoiaba!

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