sábado, 8 de diciembre de 2007

CANARIOS

Tuve que ir hasta el Madrid viejo -hasta la Puerta de Toledo- por razones sentimentales que no vienen a cuento. Y fui en metro. Cogí el tren de la Línea 5 en la estación de Ventas y durante media hora atravesé la ciudad por sus entrañas más antiguas. Como no era temprano ni tarde, el gentío no era mucho. Pero era variado, como variada es la humanidad que ahora habita la desconocida capital de España: ecuatorianos, marroquíes, colombianos, rumanos, chinos, senegaleses, procedentes de la Alameda de Osuna, El Capricho, Canillejas, Torre Arias, Suanzes, Ciudad Lineal, Pueblo Nuevo... Un resumen del mundo. Estéticas desiguales que ya no sorprenden a nadie. Todos los colores habidos y por haber... Y a mi lado, como si se hubiera perdido en un continente por descubrir, un único peninsular -un madrileño inconfundible, de unos cincuenta años, de esos que todavía siguen usando pantalones estrechos, brillantina y bigotito franquista...

A medida que el tren avanzaba hacia el centro, en cada estación subía gente cada vez más morena. En la de Alonso Martínez, por alguna casualidad, sólo subieron negros. Y ahí, mi vecino de asiento, el español inconfundible, que malhumorado venía masticando maldiciones, empezó a manifestarse en alta voz, desafiante, para que todo el mundo lo oyera:

¡Canarios! ¡Canarios de mierda! Llegan a nuestro país en patera, nadie los echa, y después pasa lo que pasa: nos incomodan en el metro y en todas partes, nos quitan los empleos, violan a nuestras mujeres, matan, roban... ¿Dónde coño está Zapatero? ¿Dónde está la justicia? ¿Un canario tiene los mismos derechos que yo, que soy español, hijo y nieto de españoles? ¡Que se vayan! ¡Que vuelvan a su tierra salvaje!

Curiosamente, nadie se dio por aludido. Nadie entendió lo que el imbécil decía y repetía, porque nadie, salvo yo, era canario en el tren... Lo más probable es que había visto mucha televisión, y de tanto verla tenía una empanada mental en la que todo sucedía al revés: ¡para él, los canarios eran los negros moribundos, inmigrantes sin papeles, que llegaban en cayucos un día sí y otro también!

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