sábado, 21 de noviembre de 2009

GENTE PELIGROSA


Cuando se viaja mucho se aprende mucho. Y una de las cosas que se aprende a la fuerza es a saber el grado de peligrosidad de la gente con la que nos encontramos. Llegamos a saber, a presentir, a intuir, con escaso margen de error, qué ladronzuelo intentará robarnos la cartera en el metro; qué taxista nos engañará; qué azafata nos tratará mal; qué camarero nos servirá lo que no pedimos; qué recepcionista nos dará la información equivocada... Llegamos a saber todo eso, como si saberlo fuese la cosa más natural del mundo, pero no siempre sabemos por qué. ¿Por qué sabemos que nuestro vecino de asiento, en el avión, no es ingeniero, si él insiste en presentarse como tal, y hasta nos entrega una llamativa tarjeta que dice que lo es? Ese confuso saber sin saber por qué resulta de la experiencia del mucho viajar. Pero también hay resultados más claros, clasificables y consolidados. Por ejemplo: cuando viajamos por lugares donde hay muchas palmeras, y encontramos individuos que usan en todo momento gafas de sol, corbata pajarita y zapatos blancos (con independencia del color de la ropa), podemos estar seguros de que el peligro nos acecha. Y si esos mismos individuos hablan sin parar de religión, llevan estampitas de santos en la cartera, o escapularios en el bolsillo, y lucen insignias de cualquier cosa en el ojal de la solapa, lo mejor es ponerse a salvo. La cosa ya es para salir corriendo...

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