COMER PERDICES
El maître se parecía tanto a Sir Anthony Eden, que los comensales teníamos la impresión de estar siendo atendidos por el propio ministro inglés... Y un día, a quien sirvió con espanto fue a Jesús García, que llegó con su primera mujer y solicitó la mesa redonda, del rincón curvo, discretamente apartado, decorado con cortinas doradas que parecían cosa de santos... Si la figura del maître era inolvidable, la de Jesús no lo era menos. Pues medía algo más de dos metros de altura y tenía una cabeza enorme, desproporcionada y completamente calva...
La comanda, extensa y complicada, incluyó tres platos, postres, aguas, vinos... El segundo plato: perdices estofadas con setas... El servicio responde con la precisión y competencia de siempre. Después de las perdices, el camarero se dispone a servir el tercer plato. Pero Jesús le pide que lo posponga -que, antes, vuelvan a servir perdices. Y sirven perdices por segunda vez. Y por tercera, atendiendo a la insistencia de Jesús. El tercer plato de la comanda se convierte en el quinto, en la práctica...
Pasó una década, todos envejecieron, y Jesús García vuelve al famoso restaurante barcelonés, pero ahora con su segunda mujer, la joven y guapa Lolita. Se sientan en el mismo lugar, de la misma forma, junto a la misma mesa de la otra vez. El maître sigue siendo el mismo, pero con el pelo más blanco y más largo, y con el trato más señorial. Y sin embargo se descompone al ver de nuevo la cabeza enorme y calva del hombre gigantesco. Y grita, como si gritara en un bar cualquiera de la Barceloneta: "¡¡Perdices!! ¡Usted quiere perdices! ¡¿Verdad, señor?!"
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