miércoles, 25 de noviembre de 2009

COMER PERDICES

Decía mi padre que la civilización no es otra cosa que construir ciudades y poner la mesa... Mi amigo Jesús García estaba de acuerdo con ese parecer, y, sobre todo, con lo de poner la mesa. Él sabía, como pocos, que la buena comida bien servida es el resultado de siglos y siglos de paciencia, esfuerzo, inteligencia, sensibilidad y cultura. Lo sabía, tal vez, porque el hambre que pasó en su niñez lo había obligado a probar con frecuencia los trozos de pescado crudo que encontraba en los basureros del puerto... Pero Jesús creció y se convirtió a su manera en un hombre rico y culto, que viajaba mucho y que disfrutaba con pasión las cosas buenas y bellas de la vida. Escribía bien. Ganó fortunas con la compra-venta de obras de arte. Se burló de los políticos y se aprovechó de la política. Sabía donde se podía orinar y defecar, sin problemas, en París, Londres, Buenos Aires, Berlín o Viena. Frecuentaba los cinco mejores restaurantes de cada una de las veinte ciudades del mundo que más le gustaban... Y uno de esos restaurantes, que también yo frecuenté en los años setenta, se encontraba en la Travessera de Gràcia, esquina d'Aribau, en Barcelona.

El maître se parecía tanto a Sir Anthony Eden, que los comensales teníamos la impresión de estar siendo atendidos por el propio ministro inglés... Y un día, a quien sirvió con espanto fue a Jesús García, que llegó con su primera mujer y solicitó la mesa redonda, del rincón curvo, discretamente apartado, decorado con cortinas doradas que parecían cosa de santos... Si la figura del maître era inolvidable, la de Jesús no lo era menos. Pues medía algo más de dos metros de altura y tenía una cabeza enorme, desproporcionada y completamente calva...

La comanda, extensa y complicada, incluyó tres platos, postres, aguas, vinos... El segundo plato: perdices estofadas con setas... El servicio responde con la precisión y competencia de siempre. Después de las perdices, el camarero se dispone a servir el tercer plato. Pero Jesús le pide que lo posponga -que, antes, vuelvan a servir perdices. Y sirven perdices por segunda vez. Y por tercera, atendiendo a la insistencia de Jesús. El tercer plato de la comanda se convierte en el quinto, en la práctica...

Pasó una década, todos envejecieron, y Jesús García vuelve al famoso restaurante barcelonés, pero ahora con su segunda mujer, la joven y guapa Lolita. Se sientan en el mismo lugar, de la misma forma, junto a la misma mesa de la otra vez. El maître sigue siendo el mismo, pero con el pelo más blanco y más largo, y con el trato más señorial. Y sin embargo se descompone al ver de nuevo la cabeza enorme y calva del hombre gigantesco. Y grita, como si gritara en un bar cualquiera de la Barceloneta: "¡¡Perdices!! ¡Usted quiere perdices! ¡¿Verdad, señor?!"

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