viernes, 23 de mayo de 2008

MUJERES DE AHORA

Estoy intentando rescatar del olvido las muchas cosas que aprendí de un hombre sabio, aunque polémico, en aquella juventud lejana y atormentada que ahora no sé si fue un sueño o una pesadilla. Y entre papeles antiguos, escritos con la que seguramente fue mi letra de adolescente, me encuentro una nota que dice, tal vez en broma, tal vez en serio, algo que me incomoda: "No hay nada más feo que una mujer fea".

Me siento incómodo, sí, porque a estas alturas de la vida tengo muchas dudas sobre lo que es feo o bonito -porque, además, he conocido a muchas mujeres que eran encantadoras teniendo cuerpos poco agraciados, y a otras que, siendo lo que se dice guapas, afeaban cuanto tocaban... Lo difícil siempre fue que coincidieran la belleza externa y la interna, o viceversa...

Pero no me quiero meter en profundidades que posiblemente no vienen a cuento. Lo que pretendo decir es que los papeles viejos me han llevado a prestar más atención a las mujeres nuevas -a mirar a cada una, de la cabeza a los pies, con detenimiento, cuando la discreción me lo permite, en la calle, en el metro, en aeropuertos, bares, supermercados, parques, bancos, escuelas, Ministerios... Quienes no me conozcan, hasta podrían pensar mal de mis miradas tardías, al fin y al cabo inocentes...

Si así fuera, si pensaran mal, se equivocarían. Porque resulta que mi incomodidad se está transformando en verdadera preocupación. Lo que estoy viendo, observando y concluyendo, con ojos nuevos en un mundo apático y gastado, no es para menos. No pretendo encontrar, a la vuelta de cualquier esquina, una de aquellas diosas que se levantaban a las dos de la tarde y no tenían ni idea de cuánto costaba un billete de autobús. No. No se trata de eso, ni sé si eso sería posible todavía. Lo que busco y no encuentro, y por eso el asombro y la preocupación de simple mortal, es cosa más sencilla y probable: muchachas que quiten el hipo, cincuentonas saludables y simpáticas... ¿Dónde están? ¿Ya no existen?

Lo que encuentro son peluquerías, plazas, avenidas, ciudades... donde abundan las mujeres que no son jóvenes ni viejas; que muchas veces parecen hombres; desproporcionadas, sin trasero alguno o con traseros enormes; peinadas y pintadas de mala manera; vestidas como si fueran refugiadas políticas; indiferentes, cuando no agresivas; corriendo hacia ninguna parte; fumando como fumaba mi abuelo; hablando como hablaban los pescadores; con aspecto enfermizo, cansado, carnes blandas, arrugas sin sentido, ojos sin vida sepultados por gafas enlutadas...

Algo terrible sucedió con la mayoría de las mujeres de ahora, y yo, absorto en la rutina de existir, creyendo que todas seguían siendo como en las revistas, ni me había dado cuenta. ¿De quién es la culpa -es nuestra, de los hombres? ¿Podemos remediarla pidiendo perdón -o con menos machismo y más ternura?

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