jueves, 15 de mayo de 2008

MADRID CAMPESINO

Resulta que a Isidro Merlo y Quintana le pusieron ese nombre, Isidro, porque nació el 4 de abril (de 1082), que es el día de San Isidoro de Sevilla. Nació en la Villa de Madrid, de familia mozárabe. Y, que se sepa, no hizo nada extraordinario hasta los 28 años de edad, cuando se trasladó a Torrelaguna y allí se casó con María Toribia, natural de Caraquiz, aldea en la que se dedicaron a la agricultura, hasta que, por ser tan trabajadores y tan buenas personas, Iván de Vargas los contrató para trabajar, primero en su finca de Talamanca del Jarama, y después en el mismo Madrid, donde siguieron dedicados al campo, a buscar pozos y a rezar... En Madrid, Isidro y María tuvieron un hijo: Illán. Y en Madrid hicieron infinidad de milagros. Según consta en el proceso de canonización de Isidro, éste hizo exactamente 438 milagros: encontró manantiales, incluso bajo rocas tremendas; multiplicó sus propios alimentos, para compartirlos con los pobres; con sus oraciones logró que las aguas de un pozo subieran, devolviendo sano y salvo a su hijo Illán, que se había caído al fondo negro y profundo; mientras él rezaba, los ángeles se encargaban de la labranza... Si a Isidro Merlo y Quintana no le faltaron méritos para llegar a ser San Isidro, a María Toribia tampoco le faltaron para ser canonizada como Santa María de la Cabeza. Ella atravesó el río muchas veces caminando sobre las aguas, o deslizándose sobre una mantilla. Recibía avisos celestiales. Y cuando, después de muerta, su cabeza fue colocada bajo la imagen y la protección de la Virgen, los prodigios fueron tantos, y tan grandes, que de ahí le vino el reconocimiento de santa... No es de extrañar, por tanto, que con un padre como Isidro y una madre como María Toribia, Illán, el hijo, también fuese canonizado. Ni tiene nada de particular que el día 15 de mayo se dedique a celebrar el patrón de Madrid, San Isidro Labrador, para que los madrileños den rienda suelta a su mal disimulada vocación de campesinos.

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Sin pararse a pensar en historias como esta es muy difícil entender a Madrid: especie de barrio manchego, grande y apretado, sucio, y sin embargo entrañable; lugar habitado por gente de pueblo, que se viste como en los pueblos, y habla de cosas de pueblo; aldea que no sabe ser capital, porque le encanta sentirse villa; refugio indiferente, neutral, de los que nos perdimos en el crispado laberinto de la España rota en pedazos autonómicos.

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