CALVO-SOTELO
Leopoldo Calvo-Sotelo, que habiendo nacido en Madrid tenía alma gallega, era un buen ejemplo de lo que se suele entender por gallego: lo de ser y no ser, estar y no estar, con buenas maneras y sin estridencias. A mí, sin ir más lejos, siempre me causó una gran simpatía, sin necesidad de tener proximidad alguna con él, ni en lo público ni en lo privado. Me gustaba su estampa de hombre de otro tiempo y de otro lugar. Me asombraba su cultura enciclopédica, que a veces manifestaba tocando el piano o hablando como ya nadie sabe hablar. Me divertía su refinada ironía, nutrida de un humor elegante, impropio de los ingenieros de Caminos. Y, sin embargo, me cuesta recordarlo como gobernante -como representante del pueblo, amenazado por la brutalidad de aquellos guardias civiles que entraron a tiros en el Parlamento, aquel desgraciado 23 de febrero de 1981.
La memoria, a veces, es misteriosa. La mía recuerda con detalle y emoción al fallecido ciudadano Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, y se resiste a recordar al político que fue tantas cosas en política, hasta llegar, como presidente respetado y respetable, de aquella forma tan dramática, a La Moncloa.
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